9 octubre 2022 (1): Un lustro
- Javier Garcia

- 9 oct 2022
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Actualizado: 24 nov 2022
Apenas un lustro después de que se sucedieran los históricos acontecimientos del 1-O, la militancia de Junts per Catalunya ha votado abandonar el Govern y, con ello, romper definitivamente el hasta ahora frente monolítico independentista catalán. Bueno, en realidad hace ya mucho tiempo que las filas de los soberanistas dejaron de estar prietas, pero el temor de unos y otros a ser acusados de alta traición a la causa los mantuvo todo lo cohesionados que era posible, teniendo en cuenta la abismal diferencia ideológica que separaba los proyectos de los conservadores, los socialdemócratas y los antisistema, que en su día protagonizaron la independencia de los cincuenta y seis segundos.
Es un buen momento para analizar todo lo que aconteció hace cinco años y lo que ha seguido después. Os diré mi opinión sobre el "procés" y sus protagonistas. La aspiración a la independencia es tan legítima como otras de las que orientan la estrategia de cualquier partido político y, por supuesto, quienes ganaron aquellas elecciones estaban en su derecho de trabajar en el marco democrático para alcanzar ese objetivo. También es razonable perseverar en el ejercicio del derecho de autodeterminación, si eso fue lo propuesto en la campaña electoral, siempre que el mismo no se declare extinto tras la secesión, y unionistas e hipotéticos cantonalistas tengan la posibilidad de revisar la separación del estado o propiciar otra nueva escisión dentro del ente político emergente.
Hasta aquí lo admisible, aunque en parte desbordara el marco institucional vigente. No lo fue, sin embargo, el retorcer el reglamento del Parlament, que los mismos partidarios de la independencia se habían dado, para forzar una votación en tiempo disparatadamente corto, dada la relevancia de la decisión, y considerar legal la secesión por el voto de una mayoría no cualificada, al contrario de lo que se exigía para algo menos rupturista como es la reforma del Estatut. Con todo, lo peor fue que quienes orquestaron todo ese movimiento sabían que lo hacían desde una exigua mayoría parlamentaria, otorgada por la preeminencia del voto rural, y a sabiendas de que nunca, ni siquiera en aquellas elecciones autonómicas, los votos manifiestamente independentistas habían sido más que los unionistas. Suficiente razón para tildar aquel proceso como manifiestamente antidemocrático.
Por supuesto que no ayudó en nada la torpe y autoritaria reacción del Gobierno central, que fue incapaz de dialogar y apeló a la represión y la judicialización del "procés", amén de mostrar las deficiencias de un aparato de inteligencia que no se enteró de la misa a la media, tal vez entretenido, a juzgar por los escándalos que se han revelado después, en urdir campañas de descrédito de la oposición más progresista.
Todos estos lamentables acontecimientos no podían sino derivar en un largo periodo de desgobierno, donde los maximalismos prevalecían y se dejaba a los serios problemas socioeconómicos cocerse en su propio jugo. Pero ningún estado de cosas puede mantenerse indefinidamente; la pandemia y la guerra después han agudizado las penurias de las capas sociales más vulnerables y dado el golpe de gracia a la clase media, de modo que muchos catalanes, entre ellos numerosos independentistas, han reparado en que la principal misión de la política es proporcionar a la ciudadanía la posibilidad de llevar una digna y segura existencia, acabar con la miseria y las desigualdades y, en fin, contribuir desde los recursos del estado a la felicidad de las personas. Y aquí se acabó la alianza que derivó en el 1-O. No sé lo que ocurrirá a partir de ahora, puede que el Govern, desde ya monocolor, subsista apoyado en las fuerzas de izquierda unionistas, o puede que convoque a los catalanes a las urnas, y que cada partido pueda presentar su programa para encarar un escenario en el que la opinión pública mayoritaria ha dejado de obsesionarse por el soberanismo. Creo que a partir de ahora los votantes priorizarán cuestiones tales como qué se piensa hacer frente al proceso inflacionario y a la recesión, que ya asoma sus orejas en la lontananza.

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