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9 mayo 2021 (1): Rodríguez

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 9 may 2021
  • 3 Min. de lectura

Por razones que no viene al caso explicar ahora, estoy de "Rodríguez". Es un término que, creo, se acuñó en los años del crecimiento económico y el "baby boom". Era el tiempo en que la mujer, con independencia de su status económico, no tenía más actividad profesional reconocida que la de ama de casa. Así que las señoras de la clase alta tomaban a sus vástagos bajo su responsabilidad, y la de sus criadas, y se marchaban a su residencia de verano tan pronto concluía el curso. No retornaban hasta el principio del siguiente (por aquel entonces en alguno de los primeros días de octubre). Por sorprendente que parezca, las madres pertenecientes a la clase trabajadora hacían algo parecido, pero de menor duración y sin casoplón: se encargaban de sus hijos, en este caso ausente la ayuda de la servidumbre, y se subían a un tren con dirección al pueblo de origen en algún momento del mes de julio, para retornar cuando agosto declinaba.

Los maridos se quedaban solos, de "Rodriguez" decían, hasta cuando ellos también cogían sus vacaciones (ojo, más dilatadas que las que nuestra juventud actual disfruta) y se unían con esposas y descendientes en el destino vacacional.

En aquella sociedad tan comprensiva con la preeminencia del varón se hizo popular, y hasta tolerable, dada la supuesta vida de sacrificio que el cabeza de familia soportaba durante el resto del año, que los "Rodríguez" pendonearan con los amigotes, igual de liberados, y hasta que "echaran una canita al aire" en compañía de alguna pelandusca (la culpa siempre era de las mujeres).

Pero volvamos a la actualidad, os aseguro que debo ser un "Rodríguez" del todo atípico porque, salvo en lo de que me he quedado solo, no comparto con aquellos alegres tarambanas ni la autoridad (se me puede llamar el "cabeza" de familia solo por el tamaño de mi testa) ni la vida disoluta. A decir verdad no estoy completamente solo, me acompaña mi hijo pequeño peludo, mi Rusty; que sí, ofrece su compañía, pero también conlleva un buen número de servidumbres. Y es que mi anciano infante no soporta la soledad (no me extraña, porque yo tampoco la tolero muy bien), me obliga a respetar un horario estricto en lo que a salidas y paseos respecta, demanda una alimentación equilibrada y a su hora y, en fin, también exige que los rutinarios protocolos de higiene y atención sanitaria se ejecuten en tiempo y forma debidos.

Ya veis que no ando sobrado de libertad ni gozo de una intensa vida social. Eso sí, estos días me están proporcionando la oportunidad de la introspección, ese detenerse y meditar tan saludable, y del aburrimiento, que es un derecho hurtado durante nuestra vida laboral. Ahora puedo dedicar un espacio a ver correr el tiempo; de vez en cuando me sorprendo sin hacer nada y, lo que es aún más asombroso, sin sentir la necesidad perentoria de emprender actividad alguna. Aunque, no me hagáis mucho caso, porque añoro el bullicio de mi gente y, en cuanto puedo, cojo el coche y a Rusty, y nos vamos a recorrer esta Bizkaia de mis amores; siempre ansiosos por gozar de los magníficos escenarios naturales que tenemos, o de descubrir entre piedras y memorias de los mayores alguna historia que excite la imaginación y aumente nuestro patrimonio de vivencias, el único que nadie puede arrebatarnos.

 
 
 

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