9 julio 2023 (1): Cuando las barbas de Francia veas pelar…
- Javier Garcia

- 9 jul 2023
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Hace unos pocos días que ha cedido la revuelta social en los barrios más desfavorecidos de las grandes urbes francesas. Por más de una semana, el caos se ha adueñado de estos ghettos donde malviven millones de ciudadanos de clase ínfima, desesperanzados, instalados en la más absoluta precariedad y económicamente imposibilitados de huir de esas “reservas” de la marginalidad en los que se han convertido los arrabales más populosos de las capitales galas.
Los enfrentamientos entre los revoltosos y la policía han alcanzado peligrosísimos niveles de violencia, al tiempo que se cuentan por muchos millones de euros los daños causados en la vía pública, el mobiliario urbano y los comercios.
Estos estallidos sociales vienen siendo habituales en el país vecino y, quizás, crece la frecuencia con que se desatan, amenazando con enquistarse bajo la forma de un alzamiento popular bien organizado, no está claro por quién, y sostenido en el tiempo.
La razón de ese resentimiento, contenido por un cierto lapso y desatado cada tanto, no es la pobreza, sino la extrema desigualdad. Quienes nacen en esos suburbios hace ya décadas que viven persuadidos de que no hay ascensor social que los eleve de la condición de parias. Con frecuencia pertenecientes a familias numerosas y habitando infraviviendas atestadas de próximos y realquilados, no gozan de las mínimas condiciones para su educación, por otra parte ya deficiente por el deterioro de la convivencia y la “dimisión” del profesorado de los centros públicos, desbordado por los elevados niveles de delincuencia y agotado por los constantes embates del imperio de la droga. El emprendimiento, supuesta vía de escape para quienes no gozan de una sólida formación, es una quimera cuando se sufre de un estado financiero marcado por deudas impagadas e impagables. Así las cosas, la mayoría no acaba siquiera la formación obligatoria y no tiene otra que el empleo basura, desempeñándose como “riders” o dispensadores de “fast food”.
Pero es que esta base económica del malestar social se ve amplificada por lo étnico, lo cultural y lo religioso, ya que buena parte de quienes sufren estas difíciles condiciones de vida está integrada por gentes de origen africano y religión musulmana, que ven su triste condición como la inevitable consecuencia del “apartheid” practicado por la privilegiada comunidad de raíces europeas. Y es que, pese a integrar la segunda, la tercera e, incluso, la cuarta generación de la migración magrebí, sienten que todavía se les percibe como extranjeros arribistas y recalcitrantes enemigos de la civilización cristiana, que sestean arrullados por los discursos bienintencionados de las organizaciones no gubernamentales y que sobreviven sostenidos por las ayudas públicas.
Por supuesto que el problema se agravará si, como quiere la extrema derecha y el macronismo implementaría, se recurre a más policía y represión, mientras se refuerzan las políticas neoliberales. Lo primero es dignificar el trabajo, mediante salarios en consonancia con el coste de la vida y contratos laborales de la estabilidad suficiente como para encarar proyectos a largo plazo. Y lo segundo, y coadyuvante, poner en marcha un ambicioso e inteligente programa de vivienda social y otro de obligatoria distribución de los estudiantes menos pudientes entre los centros educativos ahora copados por los autóctonos, más o menos acomodados. Por cierto, que esa inmersión educativa igualitaria se debe aprovechar para inculcar los valores de la República, que los tiene; y persuadir a los discentes, sea cual sea su extracción social o étnica, de que las leyes rigen para todos y que no hay culturas ni códigos de conducta alternativos que puedan imponer las suyas.
Del mismo modo, y volviendo la mirada a nuestros lares, es más que aconsejable aprender de la experiencia ajena, que nos lleva un par de décadas en eso de la deriva capitalista, y ser conscientes de que estamos gestando la misma hidra de una sociedad fuertemente estratificada por clases y origen étnico con sus diferentes, pero interconectados, males a modo de cabezas; solo si obramos como Hércules, y segamos todas ellas de un solo golpe, podremos esquivar la suerte que otros ya están corriendo.

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