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8 noviembre (2): Tarjetas

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 8 nov 2020
  • 2 Min. de lectura

Pequeños rectángulos hechos de material plástico resistente, y últimamente dotados de un chip con propósito legitimador de las transacciones, las tarjetas nos identifican y otorgan una serie de atributos: el género, el estado civil, el domicilio y la pertenencia a diversas tribus, de laboriosos compañeros de trabajo u ociosos fanáticos de comunes aficiones; pero, sobre todo, gestionan nuestra situación financiera.

Tal vez apelando a la belleza, la armonía o la fortuna, he constatado que todas ellas se han ajustado al mismo estándar de medidas, de modo que respetan groseramente la proporción áurea, el famoso número φ; es decir, que se cumple que el cociente entre la suma de los dos segmentos que definen el rectángulo y el mayor de ellos es el mismo que la razón entre ese y el menor.

Pero la singularidad de estos pequeños y miserables objetos cuasi bidimensionales, sin los que dejaríamos de existir a todos los efectos legales, no acaba en sus estudiadas proporciones, sino que se extiende, y con significado bien profundo, a los colores que los adornan. Cada banco, claro, incorpora su imagen y color corporativos a la vez que acepta, junto a todos los demás y como código compartido, otra clase de "coloración" más semántica que física. Me estoy refiriendo a que existen tarjetas "gold", y hasta "platinum", que garantizan la alta capacidad de consumo de su portador y que, por consiguiente, le conceden mayor, o mucho mayor, crédito financiero. Para los otros, los más miserables, no se ha pensado en colores, tal vez porque sería demasiado explícito optar por el de las heces, sino que se ha elegido para sus tarjetas una premonitoria denominación del expolio que se pretende perpetrar con ellos como víctimas: "revolving" (creo que por subliminal evocación del revólver de los pistoleros).

Hasta aquí era lo que, más o menos, sabíamos hasta hace un tiempo. Porque, con motivo de los escándalos bancarios que sacudieron el panorama financiero español, nos enteramos de que los ejecutivos de algunas entidades, pese a hallarse estas en situaciones muy delicadas, gozaban del privilegio de portar, y emplear sin límite aparente ni justificación, otras tarjetas de color inédito: las "black". Supongo que así definidas por eso de que lo oscuro se viene asociando con lo más lujoso o de la mayor calidad.

Pasmados aún por los infinitos matices del color de la corrupción, resulta que ahora, por mor de las peripecias de algunas de nuestras personalidades más públicas y distinguidas, hemos sabido de otra variante óptica de las tarjetas aún más inaprensible, la "opaca". Esta riza el rizo de la sofisticación y dota a sus poseedores de la mayor de las prerrogativas imaginables: gozar de un inmenso poder de compra a costa de una cuenta supuestamente ajena, gestionada por un testaferro o intermediario interpuesto, que permite a los pícaros privilegiados blanquear, por la vía del gasto, ingresos de muy oscuro origen; sin dejar, claro, rastro perseguible por el fisco.

En fin, que como en este baile de máscaras solo se identifican con facilidad los colores de los ciudadanos de ordinaria condición, os aconsejo discreción y prudencia, así mantendréis vuestros números azules, y no rojos.

 
 
 

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