8 noviembre (1): Habemus imperator
- Javier Garcia

- 8 nov 2020
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Pese a que el increíble hombre naranja, ahora grana de furia, amenaza con desatar toda la ira de la América profunda y azuzar a sus cancerberos del Tribunal Supremo para que procedan a un interminable cuestionamiento del recuento, lo cierto es que tenemos nuevo emperador.
En sintonía con los tiempos decadentes que nos está tocando vivir, el nuevo laureado es un tipo anciano, sin carisma y llamado a un gris tránsito por la más alta magistratura de los Estados Unidos. Es cierto que su victoria, con el mayor número de votos de la historia de las presidenciales norteamericanas, ataja momentáneamente la peligrosa deriva hacia la democracia iliberal en que, paulatinamente, se iba sumiendo lo poco que ya quedaba del Occidente otrora dominante. Pero también es verdad que su triunfo lo ha sido por tan escaso margen, que no hará sino reforzar los retrógrados movimientos que agitan la derecha norteamericana.
Porque, mis queridos lectores, pese a que quede muy feo generalizar, lo cierto es que estas elecciones demuestran que casi la mitad de la ciudadanía estadounidense se aferra con contumacia al extremismo que triunfó hace cuatro años y condesciende, si no apoya abiertamente, el racismo, el machismo y la homofobia; propone un estado confesional en cuyo contexto cobran el status de teorías alternativas, dignas de enseñarse en las escuelas, el creacionismo, el negacionismo climático o las más diversas y delirantes conspiraciones (ha sido puntal de la campaña electoral del constructor el movimiento QAnon, según el cual existe una conjura internacional de pedófilos, integrada por grandes empresarios, ex miembros de las candidaturas demócratas y actores de Hollywood, empeñada en derrocar a Donald Trump), y convive plácidamente con un modelo de sociedad en el que la más ineficiente sanidad del mundo deja fuera de cobertura a una población equivalente a todos los residentes del estado español. Hasta la comunidad hispana, en un ejercicio de miseria moral difícil de calificar, parece que en varios estados ha optado mayoritariamente por el candidato republicano; probablemente por la única y egoísta razón de que los que cuentan con derecho a voto llegaron antes, y les horroriza que otros compatriotas suyos hagan el mismo camino que ellos emprendieron hace años o décadas y, eventualmente, les puedan disputar los puestos de trabajo que ocupan.
En lo que a nosotros respecta, es decir, en relación a la política internacional de la Casa Blanca, espero poco de bueno. De un lado, veo difícil que Biden ponga brusco término a la deriva proteccionista y autárquica de su predecesor, entre otras cosas porque están en juego los intereses de importantes lobbies agropecuarios y tecnológicos, y porque va a enfrentarse con la feroz oposición del senado, todavía mayoritariamente republicano. Y, de otro, hay que recordar que las administraciones demócratas, fieles aliadas del más descarnado globalismo, siempre han sido más beligerantes que las republicanas en los conflictos regionales que asolan el mundo. Confío, eso sí, que los Estados Unidos vuelvan a los tratados internacionales de contención del cambio climático.
En suma, que este imperio recobra algunos valores y nos ofrece un tímido receso en su descomposición. Tras este lapso, y otros igualmente benignos que se vayan intercalando, creo que lamentablemente continuará deslizándose hacia su más completa corrupción siguiendo, curiosamente, la misma senda de degradación que el Romano emprendió: sustituyendo, progresiva pero imparablemente, los órganos colectivos de decisión por el poder omnímodo de los autócratas; los primeros carismáticos, los siguientes tragicómicos y los últimos crueles y cretinos.

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