8 mayo: Cuando no hay ventas
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 3 Min. de lectura
Leo en los periódicos de estos últimos días lo que todos ya sabemos, y de lo que vamos a tener que hablar largo y tendido cuando la dichosa pandemia deje de ocupar todo el espacio de los noticieros. Así, dice hoy El Correo, diario del grupo Vocento y nada sospechoso de colectivista, que 208.000 vascos cobraban el seguro de desempleo en abril. CONFEBASK, la patronal vasca, miembro de la CEOE, añade en esta misma fecha que el 45 % de las empresas de nuestra Comunidad Autónoma y el 26 % de sus trabajadores se hallaban en ERTE. A esta numerosa población, mantenida ahora por el erario común, hay que sumar los contratados de las distintas administraciones; a uno de enero de este año (información de la web oficial del Gobierno Vasco) los empleados públicos eran 43.222. Finalmente, a todos los anteriores deben acumularse también los que, perteneciendo al sector privado, trabajan en la educación concertada, merced a las demandas institucionales de obras y servicios, o por mor de las subvenciones a título de estímulos a la inversión o la innovación.
El enorme peso relativo de este empleo, sostenido por el dinero de todos, es evidente cuando se cotejan los datos anteriores con el de la población activa que, según el Instituto Vasco de Estadística (EUSTAT), era de 1.051.700 personas en 2019.
Por supuesto que la Comunidad Autónoma Vasca no es una excepción en el escenario socioeconómico español y europeo. La Vanguardia, en su número del primero de mayo, se hacía eco de una comunicación del Gobierno de España en la que preveía que el gasto público dará cuenta del 51 % del PIB de 2020. Igual de contundente era Cinco Días en su edición del 6 de mayo, en la que explicaba que 20 millones, de los 47,1 millones de habitantes del país, recibían sus rentas del estado (incluyendo, aquí sí, los 8,9 millones de pensionistas); y eso, siempre según este diario económico, sin contar el millón de hogares (unos 3 millones de beneficiarios) que, en breve, se harán acreedores del nuevo ingreso mínimo vital.
Ante esta calamidad, ¿dónde están, qué hacen los mercados cuando más se los necesita? Pues como los merodeadores de la noche cuando se les aproxima la pasma: mirar para otro lado, silbar y escurrir el bulto; “a mí que me registren". Solo les ocupan sus súplicas a los gobiernos de ayudas multimillonarias y la forma más barata de deshacerse de sus sobredimensionadas plantillas. ¡Qué lejos de su autorregulación! ¡Qué hueras suenan hoy las proclamas liberales sobre su capacidad de producir y distribuir en función de las reales necesidades de la sociedad!
Y es que los apologetas del libérrimo mercado siguen aferrados a una sola y descontextualizada frase de Adam Smith en "La riqueza de las naciones", publicada en 1776 (y eso que presumen de ser paladines de la modernidad), que, moralista y naíf, venía a decir que el interés individual redunda en el beneficio colectivo. Ya un gigante del pensamiento, coetáneo suyo, Immanuel Kant, afirmaba justamente lo contrario: “Como quiera que el interés propio es universal, hay hombres juiciosos a los que se les ha ocurrido que la búsqueda del propio interés es la única ley común natural posible. Sin embargo, nada puede resultar más extravagante; pues convertir la suma de los intereses individuales en ley de una sociedad solo puede conducir a antagonismos y al exterminio de la sociedad; esto es, el principio del interés propio se trata de lo más opuesto a lo que podemos desear que se haga ley moral, pues destruiría la sociedad”.

Qué bien escribes!