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8 enero 2023 (2): Notas necrológicas

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 8 ene 2023
  • 4 Min. de lectura

Estas jornadas de largas noches y sol rasante son especialmente propicias para que las debilidades físicas, acrecentadas por el tiempo y la decrepitud, acaben ocasionando el óbito de los enfermos de gravedad y las personas de edades muy avanzadas. Así está ocurriendo en este tránsito de año, con la peculiaridad de que la plaga de la mortalidad ha afectado a varios personajes históricos en el breve lapso de una semana. Me estoy refiriendo, claro, a Pelé, Benedicto XVI y Nicolás Redondo.

Son, fueron, obviamente, celebridades de muy diferente naturaleza, el uno un mago del balón, el otro sumo pontífice de la Iglesia Católica y el tercero un sindicalista que dejó profunda huella en el devenir sociopolítico de la España de la transición. No tengo intención de glosar sus vidas y milagros, sino fundamentar en sus casos particulares mi personal reflexión en torno a la muerte. La primera idea que estos ilustres difuntos nos suscitan es que el deceso es inevitable y que, pronto o tarde, nos lleva por delante a todos. No hay nada más justo y equitativo que la muerte, y no solo porque nadie se libra de ella, sino también porque, tras el óbito, cuando la gente ni está ni es, habrá dado igual cuán larga haya sido la existencia y cómo de venturosa o desgraciada la vida que cesó. Cuando uno fallece retorna a la nada que fue antes de ser, y su consciencia, tan mortal como su yo, no puede hacer balance de cómo le trató la fortuna.

Por supuesto que muchos discreparéis de mi punto de vista porque creéis en la otra vida, de cuya realidad no hay evidencia alguna, o porque les dais unas cuantas vueltas a ciertas alternativas científicas que hacen del tiempo algo más flexible de como lo experimentamos cotidianamente. Respecto de la primera de estas alternativas no tengo más que decir que la respeto aunque, obviamente, no la considero en este discurso. En cuanto a la segunda, me vais a permitir que me extienda un tanto. La divulgación, imprescindible para hacer llegar los mínimos rudimentos de ciencia y su método a las más amplias capas de la sociedad, conlleva en ocasiones simplificaciones o erradas interpretaciones. Así, eso de que "el tiempo es relativo" conduce a algunos a pensar que la cuarta coordenada del espacio-tiempo es tan moldeable como la arcilla. Nada más alejado de la realidad, es cierto que dos observadores pueden entender como simultáneos acontecimientos que suceden en distintas coordenadas temporales si se mueven a velocidades relativistas, se hallan extraordinariamente alejados el uno del otro o experimentan campos gravitatorios de gran intensidad; pero cada ente y suceso se encuentran, u ocurren, en una determinada y única posición en la línea del tiempo. Así las cosas, uno puede recorrer veloz la sucesión de sus instantes o con lentitud exasperante, hasta que en el límite, alcanzada la velocidad de la luz, el reloj del viajero se detiene y todos los acontecimientos le parecen simultáneos, pero ni aún así se libra de su ubicación cronológica, porque el resto de la realidad sí le ve mudar (basta con recordar que los fotones de luz que nos llegan de los límites del universo conocido alcanzan la Tierra "estirados" por la expansión cósmica y, consiguientemente, "enrojecidos" hacia frecuencias más bajas). Observaréis, además, que todas estas consideraciones no alteran la flecha del tiempo, es decir, que los acontecimientos solo discurren hacia el futuro. Y aquí vuelven a entrar en juego las ligerezas divulgativas, de modo que está muy extendida la convicción de que es posible viajar al pasado merced a transitar por "agujeros de gusano", una especie de atajos espacio-temporales, o curvando el espacio-tiempo hasta tales límites que se consiguen bucles cerrados de retorno a lo pretérito. Lo cierto es que, si bien estas bizarrías no están descartadas por el marco teórico, no hay ninguna evidencia experimental de su existencia real y, en cualquier caso, las condiciones requeridas para su estabilidad son tan extraordinarias que, en el mejor de los casos, solo se dieron en el alba de los tiempos o poniéndose en juego inimaginables cantidades de energía exótica. Peor todavía, el viaje al pasado hace plausible la ocurrencia en el mismo instante de dos sucesos incompatibles, lo que es un contradicción lógica, solo concebible en las calenturientas mentes de los pergeñadores de los "hechos alternativos", ya que el propio tiempo está definido por la sucesión de los acontecimientos y, por eso, esa concatenación de eventos solo puede ser única. Más aún, si no ocurre nada, el tiempo deja de tener sentido, como sucederá a partir de un lejanísimo futuro cuando la energía del universo alcance su mínimo, preservado por el principio de incertidumbre y, salvo fluctuaciones cuánticas, no haya cambios. Es esta contradicción la que lleva a pensar a muchos científicos en lo razonable de la denominada "conjetura de protección de la cronología", según la cual las leyes últimas de la Física impiden los viajes en el tiempo, salvo en las escalas submicroscópicas.

Retornando a la cuestión de la mortalidad, exceptuando si se tiene fe inquebrantable en el dogma religioso, se hace evidente que no volveremos a ver a nuestros seres queridos difuntos. Eso sí, mientras vivan en nuestro recuerdo disfrutarán de una cierta existencia, a la par que seguirán poblando las coordenadas espacio-temporales que les tocó experimentar, del todo inaccesibles para los que todavía viajamos hacia lo ignoto.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
09 ene 2023

en lo que sé, la muerte nos iguala a todos pero a los pobres los iguala antes

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