7 septiembre 2025 (3): Prolongada pero solitaria senescencia
- Javier Garcia
- 7 sept
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Actualizado: 9 sept
Esta condición de jubilado, que no sé si disfruto o simplemente experimento, me da ocasión de dar rienda suelta como nunca a mi pasión por la observación. Y es en ese ejercicio como he advertido la vida que arrostran cotidianamente octogenarios y nonagenarios. Los veo pasear, o siendo paseados en sus sillas de ruedas, silenciosos, inmersos en sus pensamientos y sin apenas interacción con el entorno.
No digo que no contribuya al aislamiento el deterioro de los sentidos o, peor, la pérdida de la cabeza, que algunos, no todos, padecen. Pero creo que hay otra razón para esa limitadísima vida social: la actitud mayormente adoptada por sus cuidadores, que se limitan a hacer lo mínimo posible por ellos y, desde luego, no están por la labor de darles palique.
Las familias de antes eran muy largas, y había varias personas siempre disponibles para estar junto a los mayores, por cierto, en el pasado mucho menos numerosos, lo que facilitaba las cosas. Las de ahora son muy cortas y sus miembros viven absorbidos por el trabajo o los estudios; de modo que es prácticamente imposible atender a los ancianos. Así que se deposita esta responsabilidad en empleados a sueldo, sin vinculación afectiva con los que cuidan.
El resultado: pues unos acompañantes pegados al móvil o, a su vez, escoltados por terceros, usualmente amigos o próximos, mientras el de la edad provecta se aburre como un hongo, porque en realidad ve pasar el tiempo en la más completa soledad.
De hecho, en más de una ocasión he creído adivinar en los apergaminados rostros de los viejos gestos de desdén o, incluso, odio hacia quien está junto a ellos. Solo se animan si se produce un casual y afortunado encuentro con otro camarada en similares circunstancias; entonces, mientras los cuidadores hablan de sus historias, sin preocuparse demasiado por quienes están a su cargo, los cuidados (tal vez sea solo un decir) muestran su mutua complicidad con toda la fuerza con la que todavía cuentan.
Mal asunto para todos. Para esos trabajadores sociales, muy mal retribuidos y, por lo visto, peor considerados por las personas con las que deben pasar tantísimas horas. Y para quienes han cumplido más años de los permisibles, que ven extenderse su existencia sin apenas incentivos para considerar tal prórroga como una bendición del cielo (más bien la experimentan como un suplicio propio del averno).
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