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7 septiembre 2025 (1): El estrés académico va por sexos

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 7 sept
  • 4 Min. de lectura

El País del domingo pasado publicaba los resultados de un estudio que ponía de manifiesto el sufrimiento de millones de adolescentes españoles, estudiantes de bachillerato, sumidos en la terrible competición por acceder a una plaza en la carrera de su preferencia. Naturalmente que la presión va por barrios, pobres o ricos; quiero decir que, obviamente, es mucho mayor entre la gente de economía modesta, porque no tienen más opción que la universidad pública (y para muchos ni siquiera existe esa alternativa, porque los alquileres y las residencias están por las nubes), pero el informe también ha hallado un notable sesgo por sexo en los resultados.

Desde hace un par o tres de décadas es evidente que chicos y chicas enfrentan los nuevos tiempos de un modo marcadamente diferenciado. Muchos de ellos rechazan frontalmente la meritocracia, de modo que en menos casos que entre sus compañeras deciden pelear por un futuro que, dicho sea de paso, tampoco lo garantiza la brillantez académica (vamos derechos a un mundo dominado por herederos). Ellas, por el contrario, han aceptado masivamente el envite socioeconómico, hasta el punto de que son mayoría abrumadora en los estudios que mayor demanda de profesionales tienen.

El resultado de esta competición es terrible: la mayoría de los chicos inician un incierto camino hacia los empleos de baja cualificación, mal remunerados y precarios; las chicas se sumen en una durísima lucha, de la que muchas salen seriamente damnificadas, por el estrés y la renuncia a los placeres de su edad y, en muchos casos, a tener un hombre que se desempeñe como tradicionalmente se esperaba de tal condición (suele ocurrir al revés, con la mujer asumiendo el viejo rol masculino, y eso, por muy moderno que sea, choca con lo que la evolución ha dictado durante millones de años).

¿Y cuál es el origen de esta sorprendente asimetría? Si no consideramos la superioridad intelectual femenina como causa, creo sinceramente que no se ha sabido instaurar la tan imprescindible igualdad apelada. De modo que el ascenso social, económico y laboral de la mujer ha implicado en demasiadas ocasiones la vituperación o el demérito del hombre; al que, con el ánimo de compensarle, no se sabe muy bien por qué ni para qué, ahora le otorgan unos derechos como padre excesivos, teniendo en cuenta que la biología, nuevamente en desacuerdo con las tendencias actuales, no reparte equitativamente la carga reproductora. Por cierto, tales "derechos" empequeñecen al sexo masculino en el mercado de trabajo para, se supone, crecer en el ámbito familiar.

Todo empieza desde la más tierna infancia, ya que niñas y niños se ponen en manos de una mayoría aplastante de maestras y sus puntos de vista. O sea, que los chavales no cuentan en el aula con referencias adultas; son, en cierta forma, feminizados por un entorno dominado abrumadoramente por el otro sexo.

Es en ese ambiente donde, sin pretenderse, se ponen límites a los juegos típicamente masculinos, porque desde la visión femenina son brutalidad pura y dura. Eso, y las "escuelas" de extremismo fascista, en el lado opuesto a las de las oficiales y tan pujantes hoy en las redes sociales, pueden reorientar negativamente las tendencias en el comportamiento de los chicos que, reactivamente, tal vez opten por ser agresivos, falten al respeto a sus compañeras y se inicien en hábitos equivocadamente vinculados a la masculinidad y nada saludables (el alcohol, el tabaco, las otras drogas, el noctambulismo...). Se entronizan entre ellos "valores" para nada valiosos: la fuerza bruta (que puede incorporar el abuso de la misma, especialmente contra el otro sexo), la dependencia de los consumos excesivos e insalubres, el rechazo de las normas y el desprecio por la justicia en favor de la imposición.

Cuando se acercan a la mayoría de edad se encuentran con unas varas de medir el resultado académico que premian mayormente la tenacidad y el trabajo cotidiano y, mucho menos, la madurez reflexiva y el dominio de los conceptos. Admitiendo una absoluta igualdad en lo que toca a las capacidades, es impepinable que, en este tiempo que nos toca vivir, las chicas disfrutan de la ventaja de que, desde su idiosincrasia actual mayoritaria, es más probable que sean más sacrificadas y competitivas.

Y termino, antes de que me califiquéis de machista irredento: en este mundo de la corrección se desprecia el trabajo físico que, pese a quien pese, está detrás de los grandes logros de la humanidad. Ahí casi nunca han estado las mujeres y ahora tampoco se las espera y se las demanda menos que en cualquier otro momento de la historia. Que sigan los hombres extrayendo minerales que obturan los pulmones, sufriendo las inclemencias del tiempo y el riesgo de accidentes en la construcción, tragándose los venenos en las peores fábricas y afrontando las actividades más peligrosas (buceo, extracción de madera en terribles pendientes, manejo de hidrocarburos, limpieza de las cloacas... y, claro, guerrear en los campos de batalla), que las mujeres están hechas para otras cosas más dignas. Como estrambote a esta provocación me pregunto quién serrará los huesos en las intervenciones para la implantación de prótesis cuando no quede ni un solo traumatólogo, ya pueden espabilar los robots; de momento se han adaptado los protocolos de extracción dentales a la fuerza de las odontólogas (lo sé por experiencia personal, por cierto, absolutamente satisfactoria).

 
 
 

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