7 mayo 2023 (1): Tomando la temperatura a los States
- Javier Garcia

- 7 may 2023
- 3 Min. de lectura
Los Estados Unidos de América están pasando por un tiempo en el que su ciudadanía ha de decidir si seguir huyendo hacia delante o someterse a una catarsis colectiva que debiera alumbrar otra forma de entender su preeminente papel en el mundo y otros modelos de convivencia interna que resuelvan la grave contradicción de tratarse de la primera potencia económica planetaria y, al tiempo, mantener en la exclusión a decenas de millones de ciudadanos.
Y, como están cerca las próximas elecciones presidenciales, y es la ocasión de apostar por un posible cambio, el murmullo de desaprobación a la gerontocracia ha elevado sus decibelios hasta transformarse en clamor: siete de cada diez norteamericanos no quieren que Biden se presente a la reelección, hasta entre los votantes demócratas son mayoría los que lamentan la decisión del presidente, próximamente octogenario, de continuar en el cargo, porque ya ha dado muestras de fragilidad física y, lo que es peor, protagonizado comportamientos y lapsus de marcado signo senil. Claro que quienes rechazan su continuidad se encuentran con el problema de que no parece posible que entre las filas de sus correligionarios surja oposición significativa alguna y, si optan por la alternativa republicana, resulta que el gran favorito de sus primarias también es un tipo anciano sobre el que pesa el preocupante antecedente de haber recurrido a prácticas marcadamente antidemocráticas para perpetuarse en el poder que, por cierto, las urnas le negaron.
Por si estas cuitas fueran pocas, el Tesoro ha emitido un comunicado explicando que, desde enero, están empleando medidas extraordinarias para financiar a la administración federal y que temen quedarse sin dinero a lo largo del mes de junio. Efectivamente, la deuda norteamericana, la pública y la privada, ha adquirido dimensiones colosales que, en términos estrictamente técnicos, no pueden significar sino que el estado se haya en la bancarrota. De nuevo será necesaria la decisión del legislativo para engordar aún más el débito merced al crédito ilimitado del que todavía goza el dólar en los mercados internacionales; y ello pese a que todo el mundo sabe que esta divisa no vale nada, que solo la sostiene la hasta ahora incondicional confianza de los inversores globales y que, si tal respaldo se quebrara, el cataclismo financiero sería de los de aúpa.
Así que no es de extrañar que a los contribuyentes norteamericanos se les estén pareciendo los dedos huéspedes, y que empiecen a mostrar su preferencia por atender primero a los serios problemas internos por los que pasa el país, dejando las aventuras exteriores para mejor ocasión. Así, una reciente encuesta ha mostrado un marcado descenso en el entusiasmo patriótico por participar activamente en el conflicto de Ucrania, donde los Estados Unidos llevan ya gastada la enorme cifra de 36.000 millones de dólares.
Los encuestados se temen que el conflicto se enquiste, y la demanda inacabable de armas y recursos de Ucrania se eternice, o que el signo del conflicto vire hacia un resultado que poco tiene que ver con la visión triunfalista que la presente Administración les transmitió al principio de su involucración en esta que es la última guerra europea.
Todas estas, y muchas otras y peliagudas cuestiones, se plantean en el escenario norteamericano actual, sin que su ordenamiento político, anquilosado por el corsé de una Constitución y unos procedimientos electorales que cuentan con más de dos siglos de antigüedad, y el neoliberalismo económico vigente parezcan capaces de ofrecer soluciones. Por eso, da toda la impresión de que las respuestas a tales rompecabezas sistémicos no podrán venir del reformismo pacato, sino de una revisión en profundidad del sistema que profundice en su carácter democrático, priorice la solidaridad para con los más débiles y redefina el papel internacional de la superpotencia.

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