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7 marzo 2021 (2): ¿2021 o 1984?

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 7 mar 2021
  • 3 Min. de lectura

"Libertad, igualdad y fraternidad". Ese fue el lema sobre el que se edificó, hace casi dos siglos y medio, el concepto de ciudadanía y, en buena medida, aunque llegara más tarde, también la democracia representativa. La "Declaración Universal de los Derechos Humanos", que se fraguó justo después del conflicto bélico más trágico de la historia, remachó la voluntad colectiva de que las personas, con independencia de sus particulares circunstancias, gozaran de una serie de prerrogativas mínimas inherentes a su humana condición.

Los biempensantes, enemigos de intervenir y obstaculizar la iniciativa privada, supusieron, o quisieron suponer, que con solo estas declaraciones grandilocuentes bastaría para garantizar un sosegado progreso del que todos se beneficiarían. Pero lo cierto es que la desigualdad crece (la evolución del índice de Gini no deja lugar a dudas), la fraternidad, noble hija de la empatía, ha sido arrumbada por el individualismo, y la mayoría de los derechos contemplados en la Declaración Universal no rigen para amplísimas capas sociales y territorios: se sigue discriminando por razón de género (mañana es el Día de la Mujer y, cuando alguna causa necesita un día, es que su consecución sigue pendiente), de raza, de cultura, de lengua, de origen, de opinión...

Nos quedaba la libertad, valor supremo de la democracia liberal. Por algo, en medio de la terrible Guerra Fría, los líderes occidentales se vanagloriaban, con convicción digna de una mejor realidad, de pertenecer y defender al "Mundo Libre". Y en eso llegó la COVID y, con ella, toda clase de medidas restrictivas de la libertad: estado de alarma, toque de queda, obligación de portar mascarilla, confinamientos, anatematización del ocio... Recurriendo, claro está, a las opciones extremas que las constituciones contemplaban para circunstancias excepcionales.

Cuando aún rige la mayoría de todas esas medidas extraordinarias, la Unión Europea nos ha anunciado que se prepara una suerte de salvoconducto para moverse sin limitaciones, solo para los vacunados. Nuestro presidente de Gobierno se ha apresurado a asegurar que bajo ninguna circunstancia esta iniciativa va a representar una discriminación de quienes no quieran inmunizarse (omite, sin embargo, que los reticentes al pinchazo habrán de someterse a las famosas pruebas PCR, o a las que las sustituyan en el futuro). En definitiva, que aunque los confinamientos perimetrales vayan siendo cada vez menos ceñidos o que, incluso, se supriman, persistirán serias limitaciones a la libre circulación de las personas (vamos, que el espacio Shengen está más muerto que la momia de Tutankamón).

Por supuesto que todas estas dolorosas decisiones se justifican como males menores frente al bien supremo de la salud. Estoy, por supuesto, de acuerdo en que, de entre todos los derechos, ninguno alcanza la preeminencia del derecho a la vida y los demás se le deben supeditar. Sin embargo, la parafernalia de reglamentaciones coercitivas me suscitan varias e inquietantes preguntas. La primera se refiere a cuándo y bajo qué criterios cuantitativos van a derogarse las coerciones vigentes; porque, mis queridos lectores, este virus ha llegado para quedarse, no se puede fiar el retorno a la completa normalidad a la total desaparición del patógeno.

La segunda cuestión que pongo sobre la mesa es la peligrosa inercia de los tics despóticos a los que nuestros gobiernos se están habituando.

Y la tercera, y creo que la más preocupante, es que todo esto ha sentado el precedente de que es posible suspender la mayoría de los derechos constitucionales apelando a un supuesto bien superior sin que se haya suscitado una contestación ciudadana significativa; el miedo ha mostrado su enorme capacidad de desmovilización y el camino a los aspirantes a futuros autócratas.

Confío, a pesar de todas estas fobias que me atribulan, que la Unión Europa sepa desandar el camino autoritario emprendido (ojalá que adoptado solo coyunturalmente y por razones de fuerza mayor) y se comprometa con el papel histórico que le corresponde de garante de los derechos y oasis de la calidad de vida, la equidad y el respeto al medio ambiente. De lo contrario, como Winston Smith, viviremos pisoteados por las ominosas botas del Ministerio del Amor y Europa dejará de ser Europa para convertirse en la "Oceanía" de George Orwell.

 
 
 

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2 comentarios


Luis Fernandez Ovalle
19 abr 2021

sólo si somos iguales podemos ser libres

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Luis Fernandez Ovalle
07 mar 2021

Ya estoy convencido de que el covid fue la ventana de oportunidad (como llaman estos bárbaros a cualquier atisbo de regresión) para hacer lo que los "conspiranoicos" llamamos El Gran Reset; España es ejemplar en esto, con 4 millones de parados (oficiales) e insistiendo en políticas que han conducido a estas cifras... cómo es posible que alguien piense que no van a bajar los salarios para adecuarlos a la oferta descomunal de esta mercancía... analizar cualquier sector nos lleva a la misma coclusión, retroceso en todos los sentidos ya sea en sanidad, pensiones, educación, etc.

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