7 junio (2): Carnaval
- Javier Garcia

- 7 jun 2020
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Cuando el supuesto líder planetario es un tipo que recomienda la lejía como antirretroviral y se maquilla con un misterioso agente naranja, que recuerda el que alguno de sus predecesores en el cargo empleó para eliminar las malas hierbas del sudeste asiático, es razonable colegir que el mundo está loco, loco, loco o, que, dándole un receso a la racionalidad, hemos declarado la fiesta de Don Carnal a pocas fechas del solsticio estival.
Eso parece cuando en China, un régimen autoritario de partido único, se visten de tolerantes demócratas y muestran, o simulan, una paciencia jobiana (de Job, no de Júpiter, porque entonces sería con uve) con los manifestantes hongkoneses; mientras que, los paladines de la causa democrática, los Estados Unidos de América, despachan las protestas contra el racismo y la brutalidad policial a golpe de toque de queda y desplegando a sus fuerzas regulares equipadas con fusiles de asalto.
Otra que se ha disfrazado, quizás con el ánimo de despistar al más que harto ciudadano, es la Unión Europea que, claro, con ese nombre no podía sino ocultarse tras la máscara de la desunión o... ¿será al revés, y sus socios, discordantes y carnavaleros siempre, se acaban de arrancar el embozo de la unidad? De entre los hijos de la raptada por Zeus, merecen particular mención los suecos que, naturalmente, se han disfrazado o hecho (ya no sé cuál debe de ser el verbo) de (o el) ídem; con tan mala suerte que, cuando ha acabado la fiesta y se han quitado las galas, han descubierto que eran más o menos como los demás; así que sus exclusivas medidas contra el coronavirus, fundadas en no sé qué superior urbanidad, han dado el mismo resultado que el cloro del prohombre color zanahoria.
En España también nos hemos apuntado a demorar la llegada de la horripilante Doña Cuaresma, que nos amenaza con el desempleo y la precariedad, y hemos convertido la milla de oro de Madrid en sambódromo, y visto manifestarse (¿o era desfilar?) a los dueños del país bajo la indumentaria rojigualda de la indignación, a la par que los asalariados mínimos, al parecer ahítos de todo y decididos partidarios del lema imperante, se quedaban en casa. El Gobierno, el primero de neta izquierda después de aquellos del Frente Popular, también se ha prestado al equívoco, decretando el estado de alarma con el mismo desparpajo que el caudillo declaraba la excepción. Hasta las comunidades autónomas, de ordinario tan ocupadas en sus propios asuntos, se han decantado ahora por la vestimenta panhispánica y ruegan al Gobierno que, cuanto antes, sus ciudadanos puedan consumir en las autonomías vecinas.
Antes del entierro de la sardina, se elegirán la reina y el rey del Carnaval. Desde ya os adelanto que no lucirán despampanantes y pesados trajes, hechos de miles de Swaroskis, sino que , en homenaje a los millones de bañistas que este año llenarán las playas con el mismo y austero atuendo, irán en cueros; solo mínimamente ocultos por la pertinente mascarilla. Al fin y al cabo, para la internacional de la mordaza, lo más contagioso y obsceno que un humano puede mostrar es su libre opinión.

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