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7 febrero 2021 (1): Omertà truncada

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 7 feb 2021
  • 2 Min. de lectura

Érase una vez una organización ("para delinquir", según sentencia judicial) que, en el éxtasis del poder (qué pernicioso es el misticismo cuando de gestionar los asuntos mundanos se trata), se creyó ungida por no sé sabe qué deidad patriótica para, apelando a un supuesto bien de la nación que solo era el propio, cometer todo tipo de desmanes.

Han sido ya muchos años de paulatino desgrane de fechorías y desembozo de pícaros sin fin. Un goteo de hechos y autores, presuntos o condenados en firme que, aunque siempre calificados de aislados, suman tantas y tan grandes iniquidades que desbordan la responsabilidad personal y apuntan acusadoramente a lo sistémico.

Contrariados por el gradual desvelado de secretos que creían a buen recaudo, los más altos jerarcas de este contubernio pensaron contener la sangría de su credibilidad y finanzas mediante el sacrificio de peones interpuestos, la probable complicidad de algunos de sus paniaguados del estamento judicial y, sobre todo, la omertà exigida a todos los confabulados. Estaban, pues, convencidos de que iban a demorarse las causas, reducirse las penas, que solo cumplirían los subordinados de mayor exposición, y aplacarse la alharaca mediática.

Sus previsiones se cumplieron en buena medida, y lograron poner eficaz sordina al escándalo de la presunta financiación, en negro metálico, proveniente de muchas grandes empresas del país; y ello pese a que había elementos indiciarios de que no solo se engrosaban ilegalmente las arcas de la organización, sino también de que las mordidas servían para repartirse mensualmente sobrecitos, repletos de billetes, al abrigo del ojo censor de la hacienda pública. Y cuando ya pensaban que el tiempo transcurrido y el retiro de los antiguos responsables enfriarían el affaire, su Buscetta particular cantó La Traviata. Y es que olvidaron que la coacción tiene fecha de caducidad: cuando el extorsionado deja de tener algo que perder; y, claro, el émulo del famoso delator siciliano había tocado fondo, con largos años de prisión por delante y su cónyuge también encarcelada.

Lo verdaderamente importante de las nuevas revelaciones del "garganta profunda" ibérico es que confirman lo obvio: que nadie da duros a peseta y que los obsequios de los empresarios nunca son tales, sino pagos a cambio de supuestas concesiones de jugosos contratos públicos que, en buena lid, no conseguirían. A eso se le llama cohecho, y es un delito mucho más grave que los hasta ahora sustanciados; por cierto, del que no solo serían rehenes los perceptores de los sobornos, sino que también involucraría a los corruptores (ya era hora).

Como estrambote de las explosivas declaraciones del desesperado delator vale el sainete de su gran jefe, supuestamente haciendo confeti de los documentos que lo inculpaban con una destructora de papel. Se nota que él y los miembros de su guardia pretoriana eran de letras y trasnochada formación, e ignoraban que, en estos tiempos que corren, todo lo relevante tiene la maldita manía de sobrevivir en algún soporte magnético que, además, se clona con la facilidad del más virulento de los patógenos.

 
 
 

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