7 enero 2024 (1): Sin propósitos ni expectativas
- Javier Garcia

- 7 ene 2024
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Aunque todavía muy reciente, ya se oye lejano el fragor de las fiestas navideñas; por eso, auxiliados por el contexto sosegado de la normalidad cotidiana y disuadidos por el crudo invierno de emprender demasiadas actividades lúdicas al aire libre, es el tiempo del recogimiento hogareño y de la introspección. Así que estamos en las fechas más propicias para que nos interpelemos a nosotros mismos acerca de cómo pretendemos encarar el futuro inminente, identificando qué hábitos indeseables hemos de abandonar y qué objetivos hemos de perseguir.
Tarea harto difícil para un jubilado como yo, porque ya no hay exámenes que aprobar, profesiones que dominar, empleos que buscar o cargos profesionales que escalar. A veces me sorprendo contemplando con irreprimible incomodidad la flagrante inutilidad de mis títulos que, tan estériles como pretenciosos, aún cuelgan de las paredes de casa. Tampoco me da mucho juego el propósito de enmienda antivicio, porque para mi infortunio no me domina ninguna dependencia extraordinaria, ni siquiera me subyugan los objetivos deportivos, ya que hace tiempo que practico el escaso ejercicio que puedo, para solo demorar el inevitable deterioro.
Así que, salvo en el improbable caso de que resulte agraciado en algún juego de azar, recurso al que apelo muy ocasionalmente, es imposible que suceda nada capaz de cambiar radicalmente, y para bien, el estado de las cosas propias.
Así que, sin poder evadirme del maldito tránsito por la coordenada temporal, me persuado de que lo único que puedo desear, que tenga un mínimo viso de verosimilitud, es que no suceda nada digno de reseña (de consumarse algo insólito y relevante, sería sin duda inevitablemente negativo). O sea, que lo que en realidad pretendo es que no se mueva el reloj ni sea preciso arrancar las hojas del calendario. Pero la inercia cronológica es imparable y, quiera o no, seguiré moviéndome, siempre hacia el futuro, sin posibilidad alguna de retroceder a los buenos tiempos de la lozanía y las grandes expectativas. A estas alturas de la vida, casi todo el pescado está vendido o ya hiede, imposible de ser consumido sin que nos acarree una desagradable gastroenteritis.
Menos mal que otros nos acompañan en ese peregrinaje hacia el estado de la inexistencia y nos espantan el fantasma de la soledad. Entre ellos algunos mucho más jóvenes, que sí pueden alimentar ilusiones y nosotros compartirlas, porque hacemos nuestros sus objetivos consumados, sus triunfos y sus anhelos satisfechos (también padecemos sus preocupaciones, fracasos y decepciones, que asumimos como propios y que sobrecargan la ya pesada mochila de nuestra existencia).
Con todo, el mensaje positivo de ahora mismo es que la felicidad no deviene del éxito, de alcanzar lo que con ahínco perseguimos, tampoco surge propiciada por los fastos, sino que se presenta, inopinada y fugaz, tras el gesto de cariño de algún ser querido o amigo, durante un encuentro tan grato como inesperado o, simplemente, en el curso de una agradable charla alrededor de una buena mesa. A eso me aferro, y hago votos porque esos luminosos instantes sean frecuentes en este bisiesto que ahora arranca. Que vosotros también lo tengáis benigno, queridos lectores.

Para primavera con la luz del sol dominando lo verás todo con más optimismo