6 marzo 2022 (2): Athletic Club de Bilbao
- Javier Garcia

- 6 mar 2022
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Voy a hablar de fútbol, aunque ya sé que en las pocas ocasiones que divago sobre el tema no he obtenido mayor atención por vuestra parte, pero es que hace muy pocas horas que los aficionados del Ahtletic (el único, qué manía la de los reporteros madrileños de llamar "Atleti" a quien es Atlético) hemos sufrido el enésimo palo de la eliminación en las semifinales de la Copa a manos, digo a pies, del Valencia.
Lo más doloroso es que estas decepciones vienen siendo ley desde, por lo menos, un par de décadas. Un buen número de finales perdidas y los reiterados fallos de última hora, que nos han impedido la clasificación para las competiciones europeas, han hecho de la condición de "forofogoita" una pasión de alto riesgo cardíaco.
Soy hincha incondicional del Athletic, pero como también me arrogo la calidad de "observador inercial", toca sofocar la calentura con unos paños bien fríos de sentido común y lógico raciocinio. Si nos fijamos un poco, esta colección de desdichas han acontecido en rigurosa sintonía con la globalización del negocio del fútbol. Como no creo en las coincidencias (me parece que he oído esa manida frase en varias películas) barrunto que existe una relación directa entre el rearme de los rivales en el mercado internacional y nuestras dificultades para brillar.
Efectivamente, para ganar los partidos importantes, aquellos en los que se juegan títulos o se obtienen clasificaciones internacionales, el factor diferencial competitivo más relevante es la clase: esa capacidad de destruir sin recurrir a la dureza, de crear ocasiones de peligro en un par de toques y de resolver sin necesidad de insistir. Aunque me duela reconocerlo, creo que no cometo ningún sacrilegio contra la religión "zurigorri" si afirmo que de eso de la genialidad no andamos nada sobrados; más aún, pienso que en cuestiones de calidad futbolística nuestra plantilla suele hallarse más cerca de la de los ocupantes de la parte baja de la tabla que de la que exhiben los grandes equipos españoles.
De más está explicar que esa posición de desventaja se deriva de nuestra admirada política de jugar solo con jugadores nacidos o formados en Euskalherria, un semillero diminuto si lo comparamos con el ancho mundo. La irrefutable y dolorosa conclusión que extraigo de todo esto es que, si perseveramos en nuestro heroico y candoroso planteamiento, nos podemos olvidar de cualquier título para, en el mejor de los casos, ocupar puesto entre el octavo y el duodécimo de la clasificación; y eso cuando se juegue bajo un esquema táctico bien pergeñado por un entrenador brillante y el equipo derroche físico. Naturalmente que si falla la estrategia, o se flojea en la condición atlética (otra vez habrá que aclarar que no hablo de los colchoneros) correremos el riesgo de coquetear con el descenso.
El enrocamiento en la defensa de nuestros valores tiene también un muy negativo impacto en lo económico, porque inalcanzables los objetivos deportivos que posibilitan los mayores ingresos, y pagando unas fichas propias de la Champions por jugadores que difícilmente mantendrían su condición de titulares en cualquier equipo puntero de la máxima categoría, se abre ante nosotros el abismo de la bancarrota. Así que, si persistimos en nuestra política, es inevitable, urgente y perentorio reducir drásticamente el coste de las disparatadas nóminas actuales; no importa si eso conlleva la diáspora de los jugadores con más caché de la plantilla (después de todo sustituir con acierto a futbolistas de perfil medio-bajo por otros promocionados desde las categorías inferiores no se antoja tarea excesivamente difícil).
La otra opción, por supuesto, es la de olvidarnos de nuestro "caso único del fútbol mundial" y empezar a comprar jugadores allá donde se ofrezcan de calidad y a buen precio.

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