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6 febrero 2022 (2): Mascarillas de quita y pon

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 6 feb 2022
  • 3 Min. de lectura

Para juzgar los hechos con ecuanimidad y datos no hay mejor medio que verlos desde la distancia temporal. Aunque es aún muy pronto para proponer conclusiones definitivas acerca de todo lo que ha acontecido durante estos dos larguísimos años de pandemia, empiezan a aflorar opiniones y estudios muy críticos con la gestión realizada, a la vez que las propias administraciones están procediendo a una revisión de sus decisiones, tácitamente refutadas cuando se enmiendan sin tiempo material para que hubieran producido el efecto perseguido.

Así, el próximo jueves dejará de ser obligatorio portar mascarilla en exteriores. Una prescripción que se adoptó en medio de lo que yo califico como "la histeria de las pruebas", y que debe ser revocada tras poco más de un mes de vigencia ante el aluvión de opiniones en contra de su uso por parte de las asociaciones médicas y científicas más relevantes.

De igual manera, sospecho que los gobiernos de toda Europa habrán de entonar un merecido "mea culpa" por haber exigido o, cuando menos, aconsejado, la realización de pruebas masivas (PCR o antígenos) en los prolegómenos y durante las fiestas navideñas. Lo único que consiguió este enorme esfuerzo logístico y económico (mayormente de parte de los administrados) fue constatar la típica verdad de perogrullo: que ante un virus mutado, muy contagioso, pero de baja patogenicidad, una buena parte de la población lo porta asintomáticamente o presentando un cuadro leve de afección. Así que las consecuencias indeseables de la campaña superaron netamente a sus beneficios: miedo desproporcionado al contagio, gastos innecesarios, frustración e infelicidad por la cancelación de los encuentros familiares y daños económicos irreparables a la industria del ocio. Por supuesto que tanto diagnóstico ni aplanó la curva de la denominada sexta ola ni detuvo el rampante incremento de hospitalizados y defunciones.

También ha sido preciso rectificar la exigencia de exhibir el certificado COVID de vacunación para el acceso a los locales públicos, tales como bares, restaurantes y hoteles. Ya se está reconociendo que este requisito, de más que dudosa constitucionalidad, ya que sienta un precedente por el cual una persona deja de ser dueña de su propio cuerpo, ha tenido escaso efecto estimulador de la vacunación y nulo impacto en el control de los contagios.

Esto en lo que toca a las medidas restrictivas de la libertad más recientemente adoptadas. Pero es que también menudean los artículos de opinión sobre las que rigieron los primeros, y peores, tiempos de la infección. Así, este mismo sábado, he leído en El País un artículo de Daniel Gascón titulado "Quitad las mascarillas a los niños", donde se recuerdan las seis semanas de inútil confinamiento de los menores, los cierres de los parques infantiles cuando se mantenían abiertas a la actividad otras infraestructuras mucho más susceptibles de generar focos infecciosos, etc.

Del lado positivo debo reconocer que por estos lares lo estamos haciendo algo mejor que en las patrias calvinistas de algunos de nuestros socios comunitarios; donde se ha llegado al disparate de negar el derecho al trabajo de los no vacunados o, peor aún, de obligar por ley a vacunarse a la totalidad de la población. Por cierto, que la coerción ha mostrado ser menos efectiva que la convicción, basta observar que las tasas de vacunación españolas son bastante más altas que en esos países.

El camino correcto está muy claro a estas alturas: reforzar la sanidad pública y para todos, muy específicamente, la atención primaria, facilitar y promover la vacunación universal (en todos los países del globo, abandonando el miserable acopio de dosis por parte del primer mundo, que tan dañoso se ha mostrado para el control de la pandemia), incentivar económicamente la investigación a la búsqueda de antivirales, específicos o de amplio espectro, instaurar y financiar generosamente los medios de rastreo temprano, para cuando las pandemias se hallen en sus primeros estadios, reforzar los organismos internacionales encargados de hacer saltar las alarmas ante nuevas zoonosis y, en definitiva, poner al alcance de toda la humanidad los recursos médicos con los que se cuenta; dejando, eso sí, que se pueda ejercer, en la medida de lo posible, el libre albedrío en lo que toca a profilaxis y terapias.

 
 
 

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