6 diciembre (2): De uniformes, togas y sotanas
- Javier Garcia

- 6 dic 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 dic 2020
Tenemos nuevos Presupuestos Generales del Estado. Los primeros, después de las prórrogas de los últimos de Montoro y, todo hay que decirlo, unos de los que más apoyo parlamentario han recibido en las dos últimas décadas. Ello ha sido posible gracias a un amplio acuerdo, inédito desde los tiempos de la República, alcanzado entre el PSOE, las fuerzas a su izquierda y todos los nacionalistas e independentistas de las nacionalidades históricas. A decir verdad, este triunfo parlamentario no hace sino materializar en poder una mayoría social que es consustancial con el contexto sociológico hispano y que, consiguientemente, ha tenido, tiene y tendrá un largo recorrido histórico.
De hecho, si este pacto no se concretó antes, no lo fue por la ausencia de apoyo popular, sino por la la ley electoral, por la difícil coexistencia ideológica entre las diferentes facciones progresistas y por la dificultad de conciliar un programa solidario para todos con los legítimos intereses de las nacionalidades históricas.
Suscrito ese contrato, tácito y explícito, de colaboración en la construcción, a largo plazo, de un Estado Español distinto, los conservadores ven horrorizados que se hace realidad su peor pesadilla: ese espantajo de Frente Popular que solo su obsesiva resistencia a la reconciliación todavía agita. La realidad es bien distinta, olvidan que, no hace tanto tiempo, hablaban catalán en la intimidad y denominaban a ETA "Movimiento Vasco de Liberación", mientras suscribían acuerdos de legislatura con el PNV y Convergència i Uniò. Entonces eran pragmáticos, pero su mesetario electoralismo y sus componendas con los sectores más ultramontanos del viejo régimen les impulsaron a volar los puentes con los partidos nacionalistas moderados. Así las cosas, hoy y por mucho tiempo, son opciones políticas prácticamente extraparlamentarias en territorios que suman más de la cuarta parte del PIB español. Nadie puede seriamente aspirar a gobernar con semejante handicap.
Como Saulo, han caído del caballo, y son ahora plenamente conscientes de su negro porvenir democrático. Sentada esta obviedad, tenían dos opciones: retornar al pactismo y beber de la experiencia de los partidos conservadores democráticos que tanto éxito tienen en países como Francia o Alemania, o echarse al monte del extremismo y abrazar los postulados de la dictadura. Han optado por lo segundo e, inmediatamente después de su batacazo político, han recurrido a sus guardias de corps: el viejo estamento militar, la judicatura y la Iglesia Católica. Los de las negras sotanas, cómo no, han puesto el grito en su cielo con eso de la nueva ley educativa, no vaya a ser que les chafen el negocio de cobrar del Estado y refinanciarse con el esfuerzo de las familias; los puñeteros, por su parte, han tratado de hacer la puñeta al sembrar la discordia entre el ejecutivo y los independentistas catalanes, revocando el tercer grado a los presos del "procés"; y los que ganaron medallas en imaginarias batallas, remiten manifiestos abiertos y cartas al Rey mostrando su preocupación, mire usted qué detalle entre tanto partidario del totalitarismo, por el riesgo de que se imponga el estado del pensamiento único.
Si estuvieran jugando al Mus, han desistido del envite y apostado por el órdago. O tienen magníficas cartas, lo que nos devolvería a la noche de la dictadura y el alba de los
paredones, o se trata de un farol que, descubiertos los naipes, les va a llevar a la bancarrota

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