6 agosto 2023 (1): Níger como síntoma
- Javier Garcia

- 6 ago 2023
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El pasado 26 de julio tuvo lugar una de esas asonadas palaciegas que solo merecen la atención de nuestra prensa cuando, canina por la abulia noticiosa canicular, recurre a esas distantes páginas de lo internacional, usualmente repletas de asuntos financieros y acuerdos comerciales, para en esta ocasión echar una mirada displicente al convulso Sur. Y es que en Níger, corazón del maldecido Sahel, ha habido un golpe de estado y el presidente legalmente designado en 2020, tras un polémico escrutinio de los votos, todo hay que decirlo, ha sido depuesto y permanece detenido por los insurrectos.
Diversas organizaciones africanas, la ONU y una preocupada Francia (cuyas centrales nucleares funcionan gracias al uranio nigerino) ya han manifestado su rechazo a la conculcación del derecho democrático y el uso de la violencia para tomar el poder; sobrevuela, incluso, la posibilidad de una intervención exterior si los golpistas no ceden y devuelven el poder al destituido presidente. Pero, sorprendentemente para quienes estamos convencidos de estar en posesión de la única fórmula legítima de que impere la voluntad popular, los nigerinos se han echado a la calle para apoyar a la junta militar levantisca y, lo que es aún más inaudito, agitando banderas rusas y lanzando consignas anti francesas.
Puede que nos sintamos imbuidos por el espíritu de la verdad, pero lo objetivamente cierto es que una clara mayoría de seres humanos vive en países donde la opinión pública dominante rechaza el orden imperial instaurado y repudia los valores de nuestra civilización occidental.
Presumimos de haber sido los inventores de la democracia, de propugnar el método científico y de instaurar el laicismo como la mejor fórmula de convivencia pacífica. Y no nos falta razón para sentirnos orgullosos de todo ello, pero nuestra democracia es defectiva (si queréis, y para no herir susceptibilidades, manifiestamente mejorable), porque en realidad manda el poder económico, que impone su orden internacional, la ciencia retrocede ante las mentiras y la propaganda de los supersticiosos y las iglesias siguen detentando privilegios varios, entre ellos no pagar impuestos o el derecho a ofenderse ante la crítica y la sátira.
Así que lo que ven en nosotros los habitantes de los países en vías de desarrollo es altivez e hipocresía. Contemplan resentidos cómo expoliamos sus riquezas naturales, les exportamos nuestros residuos e inmundicias, les imponemos regímenes títeres, cómplices del saqueo al que los sometemos y hasta atizamos en beneficio propio sus viejos conflictos, vendiéndoles espantosas armas de destrucción masiva.
No es extraño, pues, que quieran liberarse o, cuando menos, cambiar de amos, aunque solo sea por probar un estilo distinto de dominación. Sobre todo si los que se postulan como sus nuevos tutores empiezan las relaciones mejorando sus infraestructuras y aliviando la endémica escasez de alimentos y bienes de primera necesidad.
Estamos en minoría y, lo que es peor, en franca decadencia, precisamente porque hemos traicionado la cultura y los valores de los que nos jactamos; no tenemos nada que enseñar, nuestra palabra no vale una higa, porque los hechos contradicen los principios a los que apelamos.

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