5 noviembre 2023 (2): En el centenario Disney
- Javier Garcia

- 5 nov 2023
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El Halloween de este año nos ha traído de propina el juramento de la Constitución a cargo de la heredera al trono de España. La institución monárquica, necesitada de mejorar su erosionada imagen, ha revestido el acto de la mayor solemnidad aceptable a la escasa capacidad de atención de la juventud de hoy, sin descifrar del todo el mensaje que han querido dar: ¿truco o trato con la ciudadanía?
El evento ha venido precedido por una gran campaña publicitaria de la princesa Leonor en la que la prensa "del corazón", o de la casquería, según se mire, y los diarios del conservadurismo ortodoxo, que son la inmensa mayoría, han echado el resto para promocionar la figura de una teenager cuyo único mérito conocido es ser hija de quien es. No es que yo sea un devoto de los noticiarios Disney, aunque se esté celebrando el centenario de esa que es la mayor factoría de princesas de la historia, pero a pesar de que no me aplico en eso de ovacionar las altas cunas, tal ha sido el ruido que no he podido evitar enterarme de que estamos viviendo una fervorosa "Leonormanía", de parte de un pueblo entregado a la gracia de su alteza, y que la susodicha es la más guapa de todas las princesas europeas (vaya, aquí parece que no importa que se quiebren los mensajes de género igualitarios, se vulnere la corrección política y se destaque la femenina belleza como principal cualidad de la futura jefa del estado).
Pese a la obsesión de los organizadores de este auto sacramental por dotarlo de un sesgo de modernidad, lo cierto es que la confesionalidad de la corona lo ha estropeado un tanto a los ojos de los partidarios de la laicidad del estado. Porque la princesa ha jurado, queridos amigos, se ha comprometido a sobrellevar no se sabe muy bien qué terrible responsabilidad ante una divinidad de parte, excluyendo a quienes profesan otros credos o son simplemente agnósticos o ateos. Y han terminado de expandir el temido tufillo a naftalina la imposición, por el Rey a su hija (qué fea se vería en cualquier otra relación paterno filial), del Collar de la Orden de Carlos III y la celebración de su mayoría de edad en El Pardo, en compañía de su polémico abuelo y donde aún hiede a la pólvora de las escopetas del Caudillo.
Menos mal que no todo el arco parlamentario se ha prestado a edulcorar este empalagoso potingue monárquico. Y creo que merecen el honor de ser citados quienes, por las razones que fueren, no han asistido al juramento; estoy hablando de los gloriosos (lo serán, al tiempo) representantes de BNG, Bildu, ERC, IU, Junts, PNV y Podemos que, con su ausencia, han denunciado el anacronismo de los cargos heredados y han hecho votos por el advenimiento de la(s) república(s).
Pero en la bicicleta del boato palaciego no se puede dejar de dar pedales, so pena de irse de bruces al suelo, así que en unos pocos años más nos anunciarán el compromiso matrimonial de la heredera; creo que en esta ocasión será con alguien de la nobleza más rancia, mejor de alguna otra casta reinante, porque la familia real ha agotado con la reina la contribución genética plebeya soportable para los legitimistas, y los lectores del "Hola" quieren títulos rimbombantes, nombres compuestos hasta la extenuación del registro y apellidos de difícil ortografía. Si la sangre y los elementos formales que la aderezan son unos cualquieras, ¿con qué argumentos se pueden defender los privilegios dinásticos?

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