5 noviembre 2023 (1): 440.000
- Javier Garcia

- 5 nov 2023
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Parece que con el título de este artículo estoy apelando a un número bíblico, de esos que, investidos del supuesto rigor de ser palabra divina, fija los justos que serán salvados por la gracia de dios al fin de los tiempos. Pero no, o en cierto modo quizás sí, porque la cifra tiene indirectamente que ver con la Biblia por su relación con quienes la enseñan. Me estoy refiriendo a la cantidad estimada de víctimas de pederastia de la Iglesia Católica española en el estudio realizado por el Defensor del Pueblo, no a los "benditos del padre", que se basa en una encuesta realizada a 8.000 personas y que tasa estadísticamente los afectados por esta lacra en un 1,13 % de la población.
Por supuesto que los obispos españoles han salido inmediatamente al paso de esa conclusión, que rechazan de plano. No tengo argumentos para opinar quién es el que tiene la razón en esta polémica, pero lo que creo que sí queda claro, y que la jerarquía católica española supongo no discutirá, es que las víctimas de los abusos pedófilos por parte de clérigos y frailes lo serían en número de seis cifras. Tal cuantía es incompatible con el conocido pretexto de los "casos aislados". Antes bien estamos ante una depravación sistémica, un vicio compartido por miles de ordenados, un grave delito en el que ha incurrido un nada desdeñable porcentaje de religiosos.
Confieso que me cuesta entenderlo, que es difícil asumir la evidencia de que el número de pervertidos sexuales entre los que visten sotana es notablemente superior al de la población general (lo dejamos ahí, sin hacer estimaciones más precisas). Y la pregunta que debemos formularnos es si el perfil psicológico propio de los que profesan también es el de los que claudican a la tentación de las más bajas pasiones, si el voto de castidad es el detonante que enciende los más oscuros deseos, haciéndolos explotar en un incontenible deseo de satisfacerlos, o si la posición de poder de los victimarios y la escasa madurez de las víctimas ofrecen la oportunidad de incurrir en esos delitos contra la libertad sexual con la tranquilidad propia del impune.
De todo eso habrá en el diabólico cóctel que desencadena tan abyectas conductas, pero lo que me deja perplejo es que estos abusadores son gentes que todos los días hacen pública profesión de su fe, que están convencidos, o eso declaran, que por su condición de sacerdotes tienen el poder de transubstanciar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del hijo de dios; privilegio que les exige la más extrema abstinencia sexual, so pena de caer en el horrible pecado de la fornicación que, reiterado, imposibilita el cristiano perdón, ya que no existe propósito de enmienda y, consiguientemente, condena al transgresor a la perdición eterna.
Si pese a estas consideraciones el delincuente se obstina en esos injustificables comportamientos solo hay dos posibilidades: o en realidad no cree en nada de lo que públicamente proclama, lo que representa un ejercicio de hipocresía difícilmente emulable, o tiene una peculiar visión de la misericordia divina y entiende que esta, omnisciente, pero manifiestamente ingenua, transige reiteradamente con unos actos de contrición bufos. Sospecho que su fe es la de Blaise Pascal, que decía creer "por si acaso"; lo que representa un insulto a la inteligencia divina y, a la par, muestra el nulo sentido común de quienes, pese a vivir atrapados en el frenesí del vicio, aún piensan que ocuparán un lugar entre los justos, sentados a la derecha del padre. Por el momento, y en este valle de lágrimas, su sitio está en el banquillo de los acusados.

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