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5 mayo: Mis therafín

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 10 may 2020
  • 2 Min. de lectura

Como el presente se repite más que el ajo y el futuro prometido de la “nueva normalidad” no pinta muy halagüeño, ayer seguí hurgando en el pasado. En esa ocasión quitando el polvo y recolocando objetos. Son los retales que, durante el confeccionado de nuestra existencia, le sobraron al sastre ciego del azar; pero están hechos del mismo tejido que nosotros mismos y, por eso, nos reconforta su supervivencia. Se trata de recuerdos familiares, obsequios con una especial carga afectiva o simples souvenires de los viajes más memorables.

A todos los desempolvé y reubiqué con el mimo que lo propio merecía, al tiempo que me evocaban situaciones vividas con inusitada intensidad, acompañados, claro, por los seres más queridos.

Se ve que soy un poco fetichista y, también, lo suficientemente viejo como para contar mis ídolos en buen número. No es el caso de las nuevas generaciones, que prefieren el ubicuo pero etéreo software; al que, eso sí, profesan la misma o mayor veneración supersticiosa que yo a mis trastos. Algo de eso se nos ha pegado también a los mayores porque, después de años de acumular, ahora estamos en la fase de deshacernos de casi todo. Las nuevas tendencias decorativas, las reformas imprescindibles de un hogar que ha ido ajándose al tiempo que nosotros, y los inconvenientes propios de la limpieza de tantas superficies, aconsejan el minimalismo más práctico.

Así que bastantes de esas que fueron partes de nosotros mismos migran, cuando extrañamente complacen a los beneficiarios, a los hogares de los retoños o, más frecuentemente, se apilan desordenadamente en los trasteros, esperando una improbable resurrección a la utilidad o el mucho más verosímil viaje final al reciclaje.

En todo esto pensaba mientras procedía a una dolorosa clasificación por la que un conjunto limitado de fetiches disfrutaría del indulto, mientras que la mayoría sería condenada al olvido.

Y es que las familias ya no poseeremos "therafín" protectores. No serán necesarios, porque no tendrán nada que preservar: los hogares del futuro serán de quita y pon; y raramente sus ocupantes los sentirán como propios, ya que los habitarán como arrendatarios esporádicos o, peor, pupilos de un fondo carroñero o esclavos de una hipoteca inversa.

Mientras tanto, dejadme que goce con el tacto aterciopelado de lo que fue concebido solo para ensalzar la belleza y materializar la permanencia de los mejores sentimientos, valores que hoy cotizan muy a la baja, al mismo nivel que los bonos basura.

 
 
 

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