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5 marzo 2023 (1): Tienen el monopolio de la mentira

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 5 mar 2023
  • 3 Min. de lectura

La etapa de gobierno del inefable M. Rajoy se está revelando repleta de irregularidades y escándalos, algunos de los cuales, tras las diligencias efectuadas por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y después de hallarse evidencias inculpadoras, ya tienen bien avanzados los procedimientos judiciales, de modo que elevados responsables de sus gobiernos, y muy particularmente los que dirigieron el Ministerio del Interior durante la etapa del iluminado al que le aparcaba el coche su ángel de la guarda, están imputados y la fiscalía demanda penas severas por presuntos graves delitos.

Se trata, de un lado, del denominado "caso Kitchen" que, recuerdo aquí, también implica a varios altos cargos policiales y destapa una escandalosa trama, urdida con el propósito de eliminar las pruebas inculpatorias que demostraban los años de "dopaje" político y corrupción generalizada del Partido Popular; incurriendo los involucrados en posible encubrimiento, malversación y violación de la intimidad. Y, del otro, la estrategia seguida por el dichoso Ministerio que, de tan interior, se fue por las cloacas, para investigar y desacreditar con acusaciones infundadas, eso sí, aceptadas a trámite por jueces crédulos o conniventes, a Unidas Podemos y a determinadas personalidades vinculadas al independentismo catalán, para ser luego elevadas a la verdad del que más chilla por indignos periodistas y medios carentes de la más mínima ética democrática.

Desgraciadamente, no se trata de hechos aislados, sino de praxis asentadas desde hace mucho tiempo en la mayoría de las democracias liberales. Y no hay más que recordar aquí otro escándalo reciente destapado: el del denominado "Team George", que se vanagloria de haber manipulado treinta procesos electorales en todo el mundo, mediante el jaqueo, el sabotaje y la difusión de información engañosa en las redes sociales. Estos insidiosos se dedican a llenar de asechanzas, perjudiciales a los intereses de determinadas fuerzas políticas, las grandes redes sociales. Así, y entre otras actividades, se crean miles y miles de cuentas falaces, tras las que no existen personas sino bots extraordinariamente activos en la diseminación de calumnias y falsos documentos, que desacreditan y mancillan la trayectoria humana y política de sus víctimas, con el fin de crear un estado de opinión contrario a las opciones electorales que representan.

Para mayor desasosiego, son las fuerzas más reaccionarias las que tienen el monopolio de la mentira. Y no es que la corrupción y el embuste no sean posibles entre las organizaciones progresistas (acaba de saltar a la palestra mediática el affaire del “mediador”), pero en su caso tienen las patas muy cortas; porque, al contrario que los conservadores, no controlan los aparatos del Estado, siempre infestados de los más retrógrados, y porque el poder económico es el propietario de los principales medios de comunicación que, de existir el más mínimo indicio de conductas impropias en la izquierda, actúan como despiadados acusicas y hurgan en la llaga hasta conseguir de la opinión pública ese desmovilizador “todos son iguales”. Así que, queridos lectores, los organizaciones políticas que defienden los intereses de los más débiles luchan en desventaja en todos los comicios. Empleando el símil futbolístico, empiezan el partido con un par de goles en contra y teniendo sobre sí la espada de Damocles del árbitro casero, que les puede pitar un penalti inexistente en cualquier momento.

Las estrategias cambian, tradicionalmente los poderosos se valían de estar en posesión de la verdad absoluta, común en el discurso de los totalitarismos y las confesiones religiosas monoteístas, para subyugar a la mayoría, desasistida de cualquier dogma y anatematizado cualquier indicio de discrepancia. Pero la imposición ideológica se ha mostrado falible, de modo que, en cuanto cede el lazo represivo, se descubre que la verdad obligatoria no es convincente. Es mucho mejor dejar que la gente se crea que elige libremente, y no repare en que el control de la mentira está en muy pocas manos.

 
 
 

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