5 junio 2022 (1): De viaje
- Javier Garcia

- 5 jun 2022
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Estoy de viaje, y eso de andar de acá para allá me suscita ciertas reflexiones, pretendidamente trascendentes las unas y manifiestamente triviales las más de ellas.
En lo primero que reparo es en que viajamos aun cuando nos estemos solazando repantingados en nuestro sofá favorito. Y es que la Tierra no para de girar en torno al Sol y este, más paciente y veloz, también da vueltas alrededor del centro de gravedad de la Vía Láctea; eso sí, este segundo carrusel apenas ha trazado una elipse completa desde que los primeros dinosaurios pisaran este planeta. El mareo de movimientos no cesa al alcanzar la dimensión galáctica, porque nuestra ciudad estelar baila la compleja danza del Grupo Local y este la del cúmulo del que formamos parte. Para acabar con lo que sabemos, junto con ese sinnúmero de galaxias relativamente próximas, nos desplazamos hacia un remoto e ignoto Gran Atractor. Todo un lío, porque en la mecánica más elemental estamos acostumbrados a sumar vectorialmente velocidades de modo que conocemos el módulo, la dirección y el sentido de la resultante; pero en el cósmico caso que ahora me ocupa no sabemos cuántas iteraciones aditivas más, si es que hay un número finito de ellas, habría que efectuar y, aun cuando eso fuera posible… ¿cómo determinar la dirección de esa nuestra velocidad total? Porque, que sepamos, nuestro universo es isótropo y homogéneo y no parece contar con ninguna referencia especial a partir de la que definir posiciones y velocidades absolutas.
Así que venimos de no se sabe dónde y vamos hacia no se sabe qué, eso sí, con la paradójica certidumbre de que nos movemos. No me negaréis que la Física nos proporciona una interesante e instructiva homología de la vida, cuya única certeza es ella misma, sin que hallen sentido ni el origen ni la meta. Bueno, pues eso, que no contento con la adición sin fin de velocidades cósmicas que, sin yo pretenderlo, ya me impulsan, estos días me he propuesto sumar algunas exiguas componentes más y pasarlo bien moviéndome por esos mundos, porque no sé ni cuánto más me podré desplazar ni espero de la existencia poder recalar en destino alguno.
Todo este lío de posiciones y velocidades sin referentes nos sitúa ante la evidencia de que el viaje de nuestra existencia lo realizamos, sobre todo, a lo largo de la coordenada del tiempo, la más misteriosa de las dimensiones en las que permanecemos atrapados. Contrariamente a los movimientos espaciales, que pueden ser desandados cuando y como deseemos, el desplazamiento temporal no admite vuelta, y eso se hace especialmente difícil de aceptar en la madurez, y no solo por la inminencia del fin del trayecto. Es que quizá nos hubiera gustado ser más exitosos, tener otras habilidades, haber desempeñado otra profesión y, sobre todo, haber dado más besos a los seres queridos que ha tiempo se bajaron del viaje en una estación a la que nosotros no podemos regresar. Nos hemos de enfrentar a la certeza de lo irreversible, a la evidencia de que la epopeya de nuestra vida está casi escrita, restando un epílogo con toda seguridad muy poco épico. Afortunadamente, al tiempo que estas inquietudes se manifiestan, podemos apelar a la tarea ya desempeñada, a los amores que aún nos acompañan y a la sabiduría acumulada; esa que, contrariamente al conocimiento objetivo, es personal e intransferible porque, queridos amigos, ya sabéis que nadie escarmienta en cabeza ajena.

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