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5 febrero 2023 (1): Industria vasca

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 5 feb 2023
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 6 feb 2023

Las abundantes reservas de mineral de hierro estimularon la artesanía vasca del acero siglos ha. Y ese saber hacer acumulado por generaciones posibilitó una de las más tempranas revoluciones industriales de la península, desgraciadamente remisa a tomar los trenes del progreso por varias y coadyuvantes causas.

La ventaja adquirida por haber comenzado la producción masiva antes que los demás se mantuvo por mucho tiempo, hasta el propio franquismo, a pesar de declarar a Bizkaia y Gipuzkoa "provincias traidoras", no tuvo otra que apoyarse en las capacidades laborales y la infraestructura preexistentes en Euskadi para sostener el vertiginoso crecimiento económico de los años del desarrollismo. En este contexto de optimismo económico y oscuridad política, se alumbró el surgimiento de sectores enteros y se propició una migración masiva de mano de obra desde diversas regiones españolas y, muy particularmente, desde Castilla y León y Galicia.

La infancia de la industria vasca duró hasta la primera crisis del petróleo. A resultas de ella o con ella como pretexto, el neoliberalismo emergente acabó con la autarquía y procedió a una despiadada distribución internacional del trabajo; así que, para los plutócratas que decidían por todos, Europa ya no debía ser la tierra de la industria pesada. Estábamos al principio de la década de los ochenta del siglo pasado cuando se procedió a la que eufemísticamente se denominó "reconversión industrial" que, en la práctica, consistió en el desmantelamiento casi total de la siderurgia, la metalurgia de primera transformación y la construcción naval.

Se perdieron muchos puestos de trabajo, de hecho, tras aquellos acontecimientos, el País Vasco nunca ha recuperado los niveles relativos de empleo y peso económico del sector secundario que antaño tuviera, pero de nuevo la elevada cualificación de los trabajadores industriales y la arraigada tradición empresarial salvaron los muebles, auxiliadas, eso también, por la inyección de ayudas comunitarias después del ingreso de España en la Unión Europea. Una vez superada la crisis sobrevenida tras los fastos del quinto centenario del descubrimiento de las Américas, Euskadi vivió una dulce y prolongada etapa de progreso durante casi una década. Ese tiempo de sosegado crecimiento obedeció, por supuesto, a las condiciones favorables del contexto internacional, pero también a algunas particularidades de nuestro modelo de fabricación: fuerte presencia de la inversión local (lo que situaba los centros de decisión en el propio territorio), localización casi monopolística de algunos sectores estratégicos (caso de la máquina-herramienta), impulso singular a la innovación, con el especial protagonismo de los centros tecnológicos (iniciativa que fue emulada en otras comunidades autónomas, pero en la mayoría de los casos con peores resultados), exquisita organización de la producción entre las empresas del auxiliar de automoción, lo que las alzó a lo más alto en el ranking europeo de la eficiencia, y el exitoso impulso a nuevos sectores, entre los que hay que hacer mención especial al aeronáutico.

Creíamos, ingenuamente, haber superado el tiempo de las periódicas crisis capitalistas, pero fue entonces cuando quienes cortan el bacalao decidieron introducir el euro como moneda común de buena parte de las mayores economías europeas. Esta nueva y compartida divisa trajo como consecuencia inmediata una brutal pérdida de capacidad adquisitiva, acabó con la soberanía monetaria de los estados que abrazaron la reforma (que nunca más podrán recurrir al ajuste proporcionado por la devaluación de sus antiguas divisas) y, sobre todo, propició el desembarco de los ingentes excedentes financieros de los países del Norte en las economías mediterráneas.

Un lustro o más de deflación encubierta nos llevó a tipos de interés bajísimos (hasta negativos) y a la cultura del endeudamiento barato, que maquilló el drástico empobrecimiento de las masas asalariadas y disparó la fiebre inmobiliaria. Fueron precisamente estas circunstancias las que nos trajeron el crack de 2007 y, un poco más tarde, la especulación desaforada en torno a las deudas soberanas de los países del Sur, que sufrieron el ataque despiadado de los inversores norteños, deseosos de materializar jugosas plusvalías.

Se instauró, pues, el conocido austericidio, que legisló contra los derechos de los trabajadores y redujo drásticamente las partidas presupuestarias más sociales en los países concernidos. En plena financiarización de la economía, el peso relativo de la industria bajó a niveles nunca vistos, también en nuestra Euskadi que, fuertemente colonizada por la inversión extranjera, perdió la mayoría de sus señas de identidad. Y en esas estamos, con la práctica totalidad de la industria insignia del país en poder del capital extranjero, las decisiones estratégicas ya no se toman aquí, es más, algunas de las adquisiciones de las multinacionales foráneas no han tenido otro propósito que cerrar lo que había sido nuestro y eliminar así a la competencia. De nada, o muy poco, ha servido el esfuerzo del Gobierno Vasco por subvencionar la innovación; todos los intentos de asentar nuevas actividades (electrónica, telecomunicaciones, biotecnología, salud...) más intensivas en conocimiento están fracasando o presentan escuetos resultados, y lo que muere no halla sucesores.

Así que, sí, creo que también puedo añadir a mi lista de plagas esta cuarta de la crisis del  modelo industrial vasco. Nos estamos jugando nuestra idiosincrasia de país y creo que llevamos muy malas cartas.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
05 feb 2023

Primero, escapar de la UE como sea...

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