5 diciembre 2021 (1): ¿Que si sabe bien?
- Javier Garcia

- 5 dic 2021
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Una conocida marca de comida rápida está desplegando una ambiciosa campaña publicitaria bajo el eslogan que da título a este artículo. En esencia, lo que sucede en sus anuncios es que el avatar del fundador de la cadena, un empleado de la firma o un enamorado consumidor del producto formula esta pregunta a un anónimo comensal que se muestra reticente ante la ambrosía que se le ofrece. Actitud al parecer ofensiva, por extender la sombra de la duda sobre semejante delicatessen de los dioses, así que al entusiasta defensor de la aceitosa causa le falta tiempo para atizarle un sonoro soplamocos por hombre de poca fe.
Muchos juzgarán la idea como ocurrente y hasta simpática. Aducirán que se trata de un brochazo de originalísimo humor en medio de tanta palabra huera de la competencia, cuyos manidos reclamos, los regalos de muñecacos, el precio, las ofertas y los distintos toppings sobre el mismo tema de la carnaza, ya hieden. No les falta alguna razón, a estas alturas de la película es muy difícil sorprender en este madurísimo mercado de las grasas saturadas a cascoporro, así que los creativos mercadotécnicos se devanan los sesos a la hora de encontrar un mensaje distinto, que cale y que renueve la alianza con un cliente, por lo demás rendido hace mucho tiempo a la segregación de endorfinas vinculadas a la dieta hipercalórica.
Sin embargo, creo que esa opinión benevolente ignora los hechos. Lo que realmente ocurre durante los veinte segundos de rigor que dura el comercial es que el paladín de la fritanga nos espeta amenazador la pregunta dichosa y, convencido antes de formularla de nuestra posición objetora, nos arrea el bofetón. Sí, a nosotros, los espectadores, porque la víctima del cachete está deliberadamente de espaldas a la cámara, en una posición asimilable a la del televidente, en la que solo muestra un impersonal cogote que muy bien podría ser el nuestro.
No recuerdo ninguna otra campaña de marketing que haya osado abofetear al cliente, aunque sea virtualmente, que ahora se lleva mucho, para persuadirle de su atolondrada actitud e instarle a que consuma sin miramientos ni requiebros. Seguro que sus creadores han buceado en los contenidos de unos cuantos manuales de psicología para cerciorarse de nuestras debilidades y de la componente masoquista y sumisa que algunos suponen todos escondemos en lo más profundo de nuestra mente; pero eso, lejos de aconsejar que seamos indulgentes con la insolencia, constituye un agravante por alevosía y, desde luego, también por premeditación.
Además, esta pública humillación del discrepante es toda una alegoría del sometimiento a los designios de los oligopolios del que somos víctimas y contra el que no queda otra que revelarnos.
No me verá ninguno de estos embrutecedores del gusto pisar sus franquicias, pero mucho menos si para su tarea de captación y fidelización de prosélitos recurren a estas arteras estratagemas comunicativas. Respondamos al sopapo con una colleja donde más les duele: reconciliándonos con el medio y renunciando, siquiera en parte, a la ingesta de proteínas animales que, como es sabido, compromete el bienestar animal e implica la emisión de cantidades significativas de gases de efecto invernadero.

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