4 septiembre 2022 (1): Trabajando para los proveedores
- Javier Garcia

- 4 sept 2022
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En estos días de tránsito entre el ocio estival y el retorno a la normal actividad me ha tocado efectuar una transferencia bancaria telemática, proceder a un envío de paquetería que ha requerido que realicemos el embalaje, efectuemos la gestión informatizada del pedido, expidamos la etiqueta con la dirección y el resto de los datos, imprimamos el mencionado precinto identificativo y lo llevemos al punto de recogida, firmar en remoto un cambio de contrato financiero, obtener las tarjetas de embarque que nos dejen expedita la vía para tomar un par de vuelos y recibir diversos pedidos para lo que, claro, alguien debe estar esperando en casa.
Así que al trabajo remunerado y las ordinarias tareas del hogar ahora hay que sumarle todo esto de resolver los problemas burocráticos, comprar, enviar y recibir, sin contar con más auxilio que los medios telemáticos, por cierto deliberadamente reticentes a proporcionar cualquier asistencia personalizada, y menos si de lo que se trata es de formalizar una queja o, simplemente, exigir de la empresa correspondiente el puntual cumplimiento de sus compromisos para con el cliente. Compromisos que también pueden soslayarse sin más que abrumar al comprador con tal avalancha de información que resulte indigerible para los comunes mortales (¿quién se ha leído todos los términos contractuales de compras o alquileres de las aplicaciones que saturan nuestras memorias ROM?).
Creo que esta cuestión merece la realización de estudios que, con el método científico en la mano, determinen cuántas horas dedicamos los ciudadanos del mundo denominado desarrollado a hacer las tareas que, hasta hace muy poco tiempo, las efectuaban nuestros proveedores o el aparato funcionarial de las entidades gubernamentales. Estoy convencido de que las cifras que arrojarían semejantes indagaciones serían escandalosas, y que pondrían al descubierto la explotación inmisericorde a la que los clientes nos vemos sometidos y la desatención de los ciudadanos por parte de unas administraciones que han olvidado por completo qué es el servicio público.
En esto, y no en otra cosa, consiste la famosa digitalización. Bueno, en esto, en la destrucción masiva de puestos de trabajo y en el control omnímodo que el sistema ejerce sobre las personas que, mientras efectúan toda esa serie de tareas gratis et amore, van desgranando información acerca de sí mismas que lo mismo sirven para venderles un champú anticaspa que para negarles un puesto de trabajo o ubicarlas en un determinado taxón ideológico.
Es nuestra culpa, ya lo sé, por caer en las garras de este sistema que nos vende como ventajoso realizar todo desde casa, a cualquier hora del día, los trescientos sesenta y cinco días del año; pero es que si optamos por la rebeldía y renunciamos a ser un nodo de esta red, inextricable para la mayoría pero diáfana para quienes la controlan, vamos directos a la exclusión, pasamos a ser ciudadanos de segunda, privados de muchísimos servicios y condenados a engordar las colas que, solo por caridad, se habilitan para jubilados, ignorantes o menesterosos, inmigrantes sin papeles y otras gentes de mal vivir.

Qué razón tienes; esto se parece cada vez más al timo de la estampita