4 mayo: Álbumes de fotos
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 2 Min. de lectura
Andaba ayer inquieto y, ya sabéis, cuando el demonio no sabe qué hacer... Resolví entretenerme un rato ordenando fotos antiguas. No sé vosotros, pero yo las guardo en el aparador, junto a las cosas que no se sabe por qué aún conservamos. Después de apartar algún otro objeto y entornar la puerta hasta el ángulo que el próximo mueble posibilitaba, accedí a un montón de álbumes retorcidos y sobres de aquellos en los que nos entregaban los revelados con los negativos en las solapas.
En vez de ordenar, me recreé en un visionado caótico de lo primero que pillaba. Sabéis, las fotografías, como los vídeos, se las hurtamos al tiempo; porque nos movemos inexorablemente hacia el futuro y el pasado, todo él, se nos debiera de haber quedado por el camino. Sin embargo, ahí estaban ese montón de momentos, algunos sorprendidos en medio de ocasiones muy especiales; otros, por el contrario, capturados a vuela pluma y, tal vez, sin siquiera haber dado ocasión a los modelos para que posaran debidamente. El paso de los años los ha igualado a todos o, incluso, ha elevado a unos cuantos de los más triviales a la categoría de inolvidables; y lo son, es preciso reiterarlo, porque siguen ahí, en papel, insistiendo machaconamente en cuerpos e indumentarias ya tan mudados que, de no contar con estos insolentes testigos, los hubiéramos negado ante el más severo de los tribunales.
Estos recuerdos enlatados constituyen la memoria ROM de nuestra vida. La otra, la RAM, está en nuestras cabezas, pero sus trazos han sido tan endulzados por el "photoshop" de la mente, que es muy poco fiable. En cualquier caso, ambas modalidades de memoria tienen en común que solo conservan lo grato, lo que quisiéramos vivir de nuevo. Lo otro, no es preciso decir qué, lo desactivaron tiempo ha los circuitos neuronales y, desde luego, no mereció el clic de ninguna cámara.
Las circunstancias han cambiado, y la ROM actual dispone de una capacidad de almacenamiento colosal, así que somos menos restrictivos en el acopio de ocasiones memorables; de hecho, nos entretenemos en documentar los más nimios detalles de las más anodinas rutinas. Por eso, y porque estamos muy aburridos, me pregunto si en esta ocasión vamos a romper la regla del almacenamiento selectivo de la felicidad, acumulando un montón de instantáneas de la lánguida existencia que sobrellevamos.
El tiempo lo dirá. No me extrañaría que, pasado este mal trago, viéramos a estos testigos gráficos con indulgencia o, incluso, superponiendo sobre ellos una realidad aumentada de dicha que nunca experimentamos.

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