4 diciembre 2022 (2): La infancia desquiciada
- Javier Garcia

- 4 dic 2022
- 3 Min. de lectura
Los niños de hoy se levantan al tiempo de los adultos porque sus progenitores, obligados por sus largas jornadas de trabajo, han de lavarlos, vestirlos y darles el desayuno a horas intempestivas, con mucha frecuencia apremiados por la necesidad de recorrer cierta distancia para delegar su tutelaje en algún abuelo au pair a jornada completa o en esa chica que no le queda otra si quiere ganarse unos eurillos. Una vez en el aula, soportan horarios del todo equiparables a los laborales, incluyendo temibles recreos durante los que tal vez sufran la persecución inmisericorde de algunos de sus compañeros, sobre todo si son de algún modo diferentes o presentan una notable dificultad para socializar.
Los mediodías los trasiegan devorando alguna vianda insalubre, de esas a las que recurren los hogares con limitados recursos económicos y muy escaso tiempo para la cocina. Llega la tarde, concluyen las clases regulares y son de nuevo recogidos por delegación de sus padres. Por sorprendente que parezca, y pese a lo dilatado de la permanencia en clase, han de afrontar inacabables tareas encomendadas por sus desmotivados profesores o ciertas actividades extracadémicas tales como idiomas, música o deporte, empeñados como están sus progenitores en modelar nuevos Musks o réplicas de Messi. Quedan, por supuesto, la cena y el baño, tras los que los infantes, exhaustos y sin tiempo material para el juego, caen rendidos en la cama hasta que les despierte el siguiente y atroz tararí; así cinco abominables días esperando al ansiado fin de semana.
Pero los sábados y domingos tampoco son de guardar, hay que jugar el partido clasificatorio de no se sabe qué estúpida liga y soportar los gritos destemplados de los padres hooligans, que son legión.
Termino esta letanía de disparates matizando que a los vástagos de estas nuevas generaciones también se les han acabado aquellas vacaciones bidón que nosotros disfrutamos; ahora solo gozan del tiempo de ocio del que disponen sus mayores, porque el resto del verano se los aparca recluidos otra vez en la escuela, entretenidos con mayor o menor fortuna por animadores con nula experiencia pedagógica e imperiosa necesidad de sacarse algunas perrillas durante el largo estío.
Después de todo esto, experimentado un día sí y otro también desde lactantes, lo sorprendente sería que estos niños del siglo XXI mantuvieran la cordura. ¿Extraña que entre ellos se constaten trastornos generalizados del sueño, numerosas depresiones impropias de la edad y hasta conductas suicidas?
La solución a todo esto, queridos amigos, pasa por la revisión del modelo económico imperante, que haga de verdad realidad la compatibilización del empleo con la vida en el hogar; después de todo, la incorporación de la mujer al trabajo debiera de haber tenido como propósito la igualdad de género y el reparto equitativo de las tareas, no la duplicación de las horas que cada núcleo familiar ha de dedicar a las actividades remuneradas. Por supuesto que también ha de revisarse en profundidad un sistema educativo fallido, que al parecer precisa de la compleción de inacabables "deberes" para alcanzar los mínimos objetivos académicos. Y, termino, la resiliencia del menor tiene un límite, si lo saturamos por el empeño en que domine cuatro idiomas y sea un virtuoso de algún juego antes de que alcance la mayoría de edad corremos el serio riesgo de que el niño dimita cuando debiera encarar las etapas formativas más críticas para su futuro, mande al cuerno la existencia de mierda que le están obligando a vivir y se dé al nihilismo y, peor aún, al consumo de psicotrópicos, la puntilla a su equilibrio mental.

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