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4 abril 2021 (2): Coach a buenas horas mangas verdes

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 4 abr 2021
  • 3 Min. de lectura

Ya sabéis de mi condición de pobre jubilado. Nadie menos apropiado para dar consejos laborales, pero como el diablo, cuando ocioso, con el rabo espanta a las moscas, se me ha ocurrido que, cuando solo falta un tris para que a los activos se os acabe el receso pascual, es un buen momento para daros algunos consejos, descarnadamente maquiavélicos, si es que lo que queréis es medrar en vuestras organizaciones. Empiezo enfatizando que la gran virtud del exitoso es la discreción. En el trabajo hablamos, y mucho, demasiado, durante ocho horas al día, más de doscientos días al año, a lo largo de muchos ejercicios contables. Y las palabras, mis queridos amigos, no se las lleva el viento. Como decía Séneca, "si quieres que tu secreto sea guardado, guárdalo tú mismo". No puedo ser más claro y, a la vez, más contradictorio conmigo mismo, siempre tan lenguaraz: habla poco, a poder ser solo sobre asuntos relativos a tu trabajo y, ante todo, evita los chismorreos críticos sobre los poderosos.

Como no es posible evadirnos por completo de nuestra personalidad, e indiscreciones las cometemos todos, hay que ser conscientes de nuestros defectos y virtudes, y adoptar una estrategia laboral lo más acorde posible con esas nuestras características personales. Os invito, por tanto, a que hagáis un ejercicio de introspección y os identifiquéis con uno de estos cinco perfiles: el apático, el extremófilo, el escalador, el adulador y el discreto.

El apático no es un luchador, se arrugará muy pronto ante las dificultades y aceptará rápidamente el liderazgo de otro. Conforme con un puesto de poca responsabilidad, su vida profesional dependerá del azaroso destino de su área de negocio, sin casi ninguna posibilidad de actuar proactivamente sobre su futuro.

El extremófilo es aquel que, como los microorganismos especializados en anidar en ambientes químicamente agresivos, a altas temperaturas o elevadas presiones, donde la competencia es limitada, persigue su estabilidad responsabilizándose de tareas que no quiere hacer nadie. De ese modo se asegura un futuro con pocos sobresaltos, porque es difícilmente sustituible. Por la misma razón, no es habitual que progrese demasiado en el escalafón (siempre se hace muy necesario su concurso y no suele haber alternativas de recambio). En muchas ocasiones el extremófilo goza del reconocimiento mayoritario, y ejerce un poder en la sombra tan significativo como relevante sea la tarea en la que esté especializado.

El escalador es agresivo, y no duda ante la confrontación y el uso de las malas artes. Su política es la del jugador: todo o nada. Bajo determinadas circunstancias puede alcanzar el pináculo de las organizaciones, especialmente en compañías muy grandes, de gestión impersonal, o cuando depende de jefes estultos que se dejan embaucar por sus cantos de sirena; pero las más de las veces termina despeñándose.

El adulador funda toda su estrategia en apostar por el vencedor. Tiene el riesgo de equivocarse en la apuesta, y caer junto con su líder, pero en un mundo en el que abundan los mediocres y se aprecia la sumisión, tiene muchas posibilidades de acceder a puestos de alta responsabilidad.

Para concluir vuelvo al caso del discreto, el que rara vez expresa sus puntos de vista. ¡Ojo, que en este caso el término no involucra que necesariamente esté adornado de la virtud de la inteligencia (antiguo significado de esta palabra)! Así que no debemos olvidar que el discreto puede serlo por prudente o por simple (Gracián dixit). Dotado de alta capacidad intelectual o no, el discreto tiene la virtud de no enemistarse con casi nadie, lleva una vida apacible y, en más ocasiones de las que pudiera parecer, alcanza la cúspide. En cualquier caso, suele ser muy estable en todos los niveles de responsabilidad a los que llega. El único inconveniente de esta actitud es que, por su poca presencia social, no suele controlar el futuro, sino que, como en el caso del apático, depende de la azarosa concurrencia de circunstancias, favorables o contrarias a sus intereses.

Para vuestra tranquilidad, rara vez pertenecemos a una de esas categorías puras. Así que la fórmula ideal para el medre puede y debe incluir rasgos de varios de estos perfiles. Sugiero una buena base de discreción, una gran capacitación profesional, que nos permita realizar tareas difíciles y muy cualificadas, y ambición suficiente como para disputar a otros las oportunidades de promoción que se presenten (eso sí, mi código ético descarta sin ambages las malas artes).

Termino, tan importante como conoceros a vosotros mismos es conocer a los demás. Como tengo claro que no es relevante iniciar una tarea y que sólo trascienden las acabadas hasta sus últimos detalles, los objetivos desmesurados e inalcanzables, las expectativas excesivas, siempre defraudadas, los trabajos inconclusos y el vertiginoso comienzo de etapas avanzadas de los proyectos sin haber culminado debidamente las iniciales son, para mí, las señas de identidad que dejan tras de sí los incompetentes.

 
 
 

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1 comentario


inmagrgi@gmail.com
04 abr 2021

Te falta el tipo que por cierto no se cómo calificar, que vale para todo, tanto para un roto como para un descosido. Si, ese el que se da tanto en la política.

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