4 abril 2021 (1): La pasión no redime
- Javier Garcia

- 4 abr 2021
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Esta es ya la segunda Semana Santa que convivimos con la célebre pandemia, ¡quién nos lo iba a decir! Desafortunadamente, muy pocas cosas han cambiado en un año; siguen vigentes el estado de alarma y el toque de queda, la restauración tiene restringidos sus horarios y solo los desplazamientos más cortos cuentan con la aquiescencia de las autoridades. La tristeza se ha enseñoreado de los corazones y el hartazgo ha terminado de sofocar todo atisbo de esperanza.
¡Qué remoto y, a la vez, qué cerca sentimos aquel tiempo de los aplausos a las ocho de la tarde! Entonces la consigna era que íbamos a salir más fuertes y solidarios de esta tragedia y que la adversidad iba a instarnos a que tejiéramos una red de relaciones humanas mucho más solidarias. Nada más lejos de la verdad. En la actualidad la sociedad está dividida en dos facciones irreconciliables (hay una tercera, la de los desorientados, tal vez mayoritaria, pero ahora irrelevante): los coronafóbicos, que exigen medidas profilácticas sin fin y abominan la proximidad de sus semejantes, y los que ya no soportan las mascarillas y toda la parafernalia de normas coactivas de la libertad, de modo que ponen en tela de juicio el valor de cualquier caución preventiva.
Estos dos colectivos han entrado en una peligrosa espiral de misantropía y larvada confrontación de la que será muy difícil salir. Preveo la permanencia indefinida de la mascarilla en la calle, el tic de guardar cola a la puerta de la tienda, con el solo propósito de no compartir su limitado espacio interior con otras personas y, del lado opuesto, las actitudes cercanas a la acracia.
Si quedaba alguna fe en las instituciones y gobiernos, se la ha llevado por delante el coronavirus. En más de un año, nuestras administraciones no han hecho otra cosa que depositar toda la responsabilidad en la actitud individual de la ciudadanía; decretando restricciones crecientes a la libertad (dudosamente compadecidas con la real gravedad de la situación sanitaria; de hecho es ahora, con la mortalidad en sus mínimos, cuando rigen las más severas prohibiciones) hasta llegar a un estado policial que ni el más apocalíptico de los conspiranoicos hubiera podido imaginar.
Lo peor es la certeza de que se podía haber hecho mucho mejor. La práctica totalidad de las demás regiones desarrolladas del globo se acercan a la completa normalidad porque, al contrario que la vieja y decadente Europa, han vacunado ya a gran parte de su población. Y, queridos amigos, ya sabéis que la desigualdad enardece los ánimos ofendidos mucho más que la pobreza.
Perdonadme que, como los insoportables noticiarios, haya perturbado vuestra serenidad de ánimo con un tema tan manoseado y prostituido; no lo volveré a hacer, prometo no tratar monográficamente este asunto en lo que le quede de vida al blog. Mi opinión, tan desautorizada por la contundencia de los hechos como todas las demás, no vale nada. Definitivamente la pasión ni redime ni instruye.

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