31 octubre 2021 (2): Metaverso
- Javier Garcia

- 31 oct 2021
- 2 Min. de lectura
Este nuevo "palabro" acaba de saltar a la palestra de la actualidad con gran fuerza porque Zuckerberg, el sheriff de Facebook, ha decidido cambiar el nombre de la empresa matriz de todas sus redes sociales por el de Meta, término que hace referencia a un concepto tecnológico no tan nuevo, el del metaverso.
Ese metaverso no es sino un universo virtual, caracterizado por un entorno repleto de dispositivos hard con gran capacidad inmersiva, una programación de extraordinaria complejidad, capaz de construir un mundo digital casi tan detallado como el real y una red telefónica, 5 o 6G, vete tú a saber, tan veloz y ubicua que permita las más complejas interacciones mediante transiciones de extraordinaria suavidad, sin saltos apreciables para los sentidos humanos.
La idea es que los usuarios, los clientes, vivan dos existencias: la real y una protagonizada por su avatar que, dependiendo de la ocasión y las preferencias del consumidor, pueda servir de apoyo en el trabajo y en los quehaceres cotidianos o, alternativamente, hacer realidad (virtual) todos los sueños y fantasías imaginables.
Como ciudadano bastante obtuso en eso del empleo de las tecnologías digitales, no le veo a ese metaverso gran utilidad. Claro que no es eso lo que los dueños de las grandes tecnológicas denominadas GAFAs persiguen; de hecho les trae sin cuidado si sus engendros puedan o no contribuir al progreso y el bienestar de la humanidad de carne y hueso; lo que nos proponen es una carrera sin fin hacia no se sabe dónde, en la que lo único importante es la incorporación de más y más cachivaches (de obsolescencia programada más y más temprana), la febril sustitución del software antiguo por otro novedoso (aunque ambos sirvan para lo mismo, y al segundo solo lo diferencie la necesidad de mayor velocidad de procesamiento) y la integración de todo ello en una enmarañada red de comunicaciones que monitorice hasta el último parámetro personal que tenga el más mínimo interés comercial.
En resumidas cuentas, y dado el casi universal acceso a la red de redes y la saturación del actual negocio, de lo que se trata es de crear nuevas necesidades, abrir un nuevo mercado donde, sin ambages, se venda lo inexistente, pero por un precio muy real. Quiero aquí insistir en que el tal mercado no es tan nuevo; ya que hay quien lleva años comercializando dibujitos de armaduras o espaditas vía telemática y factura una millonada cada ejercicio (díganselo si no a los del Fornite).
Poco importan en este caso el previsible e insostenible crecimiento en el consumo de energía, la destrucción medioambiental, el posible daño a la salud derivado de la instalación y funcionamiento de la requerida red de comunicaciones inalámbricas y el brutal impacto psicológico que el consumo descontrolado de semejantes servicios pudiera tener en una sociedad ya suficientemente alienada por las actuales versiones de tan adictivos señuelos. Creedme, ese no es el camino al Paraíso, sino la autopista hacia la perdición. Ya lo dijo el astronauta Buzz Aldrin: "nos prometieron colonias en Marte, pero recibimos Facebook".

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