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31 octubre 2021 (1): ¿Todos los Santos o Halloween?

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 31 oct 2021
  • 2 Min. de lectura

Cuando era un niño recuerdo que, reciente el fallecimiento de mi abuelo materno y con ocasión de la festividad de Todos los Santos, la familia en bloque tomábamos el tren y nos plantábamos en el cementerio de Derio para rendirle el anual homenaje. Eran días aciagos, o por lo menos así los recuerdo. Mi abuela llorosa, los enlutados vestidos y la lluvia persistente, que casi nunca faltaba a la cita, ennegrecían la escena y el estado de ánimo. Menos mal que ese ambiente opresivo cesaba cuando, como también era de rigor, acabábamos en algún bar, donde los mayores se despachaban algunos blancos y los críos entreteníamos nuestros premolares chuperreteando las patitas de los karramarros que expendían unas señoras, apostadas en el atrio de las tabernas, sin más ornamentos litúrgicos que la blanca sábana cubriendo la mesita expositora y los cucuruchos ya retorcidos, anhelantes por acoger el salobre marisco.

Pero llegó la globalización, y con ella la fiesta se desplazó a la víspera, lo macabro se tomó a chanza, los disfraces grotescos sustituyeron a las mantillas y los severos lutos, el "truco o trato" a los aperitivos y el pastel de calabaza a los huesos de santos.

En realidad todo esto empezó hace miles de años, porque el origen de la festividad de los difuntos hunde sus raíces en la noche de los tiempos, cuando los astros se ubicaban en el punto intermedio entre sus posiciones propias del equinoccio de otoño y el solsticio de invierno, la berrea de los cérvidos y el paso de las aves migratorias ya habían dejado de proporcionar abundantes raciones de carne y las castañas, tubérculos y cucurbitáceas se recogían y almacenaban con premura ante la inminencia del invierno. Era casi intuitivo asociar ese declinar de la naturaleza con los difuntos y la veneración de los antepasados, así que se honraba la muerte al tiempo que se celebraban las últimas cuchipandas antes de la escasez.

No me agrada el día de Todos los Santos, porque es un instrumento al servicio de las creencias religiosas para hacer prosélitos temerosos del más allá y porque prefiero llevar en el corazón a quienes se fueron que la fatua ceremonia pública. Pero menos me complace el Halloween, por impuesto desde la cultura anglosajona dominante, porque lo macabro nunca ha sido de mi gusto y porque me siento incapaz de hacer del horror y la sangre motivos de broma. En cualquier caso, la tendencia no tiene vuelta, nuestra juventud se apunta a la fiesta de lo morboso sin remilgos, dado que la muerte ha pasado a ser causa de mofa porque ha abandonado los hogares y dejado de formar parte de lo cotidiano para ocultarse en los lazaretos de los hospitales y las residencias para los mayores. Hacemos como si fuéramos eternos, como si el otoño no avanzara y nunca fuera a llegar el invierno, pero los astros no se detienen, y siguen su inexorable y precisa danza esférica hasta que la estrella de cada uno se pone por el horizonte del tiempo para nunca más volver a despuntar.

En cualquier caso, y para sobrellevar el trago de la mejor manera posible, mi mujer y repostera favorita ya prepara un glorioso pastel de naranja y chocolate que nos endulzará el cambio de hora; que este año todo ha llegado en el mismo lote.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
31 oct 2021

los jovenes no conocen la muerte, con esto de los hospitales no han visto morir a sus familiares; supongo que lo sufrirán de otra manera por otra parte, siempre recuerdo cuando niño el día de todos los santos como una fiesta muy poco católica (en el sentido tenebroso que siempre acompaña a este insufrible rito) y para mí eran flores, curiosamente sol y buñuelos rellenos de crema

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