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31 enero 2021 (2): Termodinámica de andar por casa

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 31 ene 2021
  • 3 Min. de lectura

Todavía estoy de resaca navideña. Suena extraño, a punto de concluir este enero "blue" donde los haya, pero es que después de años de renuncia a los adornos coloristas y las luces centelleantes, en esta ocasión nos habíamos sacudido de encima la desidia y erigido, otra vez, el árbol.

Tal vez por la mala conciencia, compramos uno desmesurado que, con la ilusión propia del momento y las fuertes manos de mi hijo, fue muy fácil ensamblarlo y engalanarlo. Fuese el fornido vástago y acabasen las fiestas cuando nos invadió la flojera de la famosa cuesta de este primer y afligido mes. Así que, unos días por una causa y otros por la contraria, siempre encontrábamos pretextos para demorar el desmontaje y la recogida de los abalorios. Hasta este pasado miércoles, terrible jornada en la que a mi mujer le dio uno de sus arrebatos por poner orden y a nosotros manos sobre el zafarrancho.

El maldito e impostado vegetal, en realidad hecho de solo polímero y alambre, se resistió lo suyo; y no digamos las ristras de lucecitas que, estoy seguro, las había amarrado el diablo con más astucia y vileza que Gordio urdiera su famoso nudo. Pero lo peor vino después. Vistas sus ramas desmembradas, nadie podría creer que el maldito abeto hubiera alguna vez yacido plácidamente en tan escueta caja. Hube de pelearme largo rato con el rasposo plástico y requerir el auxilio de otros cuatro brazos para someter las enhiestas acículas y ocultarlas, al fin, bajo el maltrecho cartón y más de diez metros de fuerte cinta adhesiva. El sarcófago (excelente definición del paquete, porque el origen etimológico de esta palabra significa, más o menos, "devorador de carne") yace ahora en una esquina de nuestro trastero tan reventón como los vestidos en que embutían a Marilyn Monroe y tan caótico su entorno que podría competir en entropía con los agujeros negros.

Pero la versión doméstica del segundo principio de la termodinámica tiene una definición aún más dolorosa; y es que, al parecer, como el calor siempre se transmite del objeto más caliente al más frío, el dinero fluye irremediablemente de mi extenuado bolsillo o mis depauperadas cuentas a los de los frígidos pero solventes acaudalados. Y es que, mis queridos amigos, qué distinto es pagar que cobrar. El primero de los procesos es espontáneo y sucede con extremada facilidad y diligencia mientras que, ¡ay!, el segundo se las trae; hay que insuflarle un montón de energía bajo la forma de exasperantes consultas telefónicas, tamizadas por impertinentes robots, exhaustivas cumplimentaciones de inacabables formularios, un sinfín de documentos acreditativos y peritajes varios; eso si no se hace precisa cierta catálisis del amigo o el cuñado influyente.

Concluyendo, nuestro dinero, mientras nos pertenece, se halla en un estado de elevada energía, altamente inestable, que fácilmente evoluciona en el sentido de abandonarnos para acabar en los sumideros habituales e incorporarse al balance de alguna entidad financiera. Circunstancia esta que, si hacemos caso a la termodinámica, debería preocuparnos, no solo porque perdemos de vista al pecunio, sino también porque ese trasiego espontáneo solo puede suceder en el sentido del aumento del desorden... mundial. A saber lo que ocurre, o lo que hacen, en el arcano caos de las operaciones de compra venta de activos. Esa información, como la que cae a los agujeros negros, desaparece para siempre.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
02 feb 2021

muy buena esta termodinámica y lo bien que se entiende

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