30 agosto (1): Operación retorno
- Javier Garcia

- 30 ago 2020
- 2 Min. de lectura
Hoy es, perdón, hubiera sido, el día de la vuelta de las vacaciones. Esa jornada en la que los niños se despiden de la playa, los adolescentes de su primer amor y los adultos de su asueto. Madrugón, trasiego de maletas, órdenes destempladas a los remolones, repaso de lo que vamos metiendo en el abarrotado maletero y sensación de que estamos olvidando algo importante, algo que se quedará en la casa de los abuelos, o en el alojamiento rural, esperando un incierto regreso y, quizás, proporcionando el mejor pretexto para alguna breve escapada. Es, era, también el momento del síndrome postvacacional, de la angustia ante las tareas que nos estaban esperando, de poner el marcador de nuestros deseos y compromisos a cero e iniciar otro frenético año laboral y escolar.
Pero en este funesto fin de agosto la carretera no será sinónimo de atasco, ni lamentaremos la vuelta al trabajo. Muchos porque sencillamente no se reincorporarán a un empleo pendiente de los acontecimientos, otros, los más privilegiados, porque se sienten agraciados con el don de mantener el puesto. De repente, el que era oprobioso castigo por nuestro pecado original, resulta una bendición del hado; la fortuna de que, al menos en eso, recobraremos nuestra maravillosa rutina, esa que tantas veces detestamos, pero cuyo perezoso discurrir es sinónimo de que nada perturbador ha irrumpido en nuestras existencias.
Quedan atrás un descanso con profiláctico, un desasosegante desgrane de malas noticias, un despiadado contaje de nuevos casos que nunca amaina, una opresiva omnipresencia de la pandemia, que ha infectado las relaciones sociales, agriado la cháchara terracera y transformado a quienes compartían ocio con nosotros en sospechosos portadores de la pestilencia.
Volvemos, sí, pero cambiados. Escépticos, desesperanzados, perplejos ante la estulticia de las vacunas con banderas, decepcionados por un mundo que se muestra tan inerme y frágil hoy como hace un siglo, indignados por la creciente estanqueidad de fronteras, a todas luces inútil e, igual que siempre, señalados como los culpables del mal que nos aflige.
Y con ese pesado lastre encaramos septiembre. Ya no nos preocupará la compra de los libros y el material escolar, sino la forma en que se va a organizar la educación presencial. No preguntaremos cuál de los profesores les ha tocado a nuestros hijos, sino si hay que aumentar la velocidad de nuestra precaria internet o adquirir un nuevo ordenador con un sistema operativo compatible con los requerimientos educativos. Eso si aún estamos en edad de merecer o nos queda algo de capacidad reproductora. Si no, que es mi caso, solo nos resta la desoladora contemplación de una civilización que se cae a pedazos, que, cuando sella una de sus grietas, se abren varias nuevas y más amenazadoras. Poco importan ya el calentamiento global, la invasión del plástico, las migraciones masivas, el sedentarismo y hasta los incendios forestales (¿alguien ha oído hablar de ellos este calurosísimo verano?).
Pues eso, queridos amigos, como decía el eslogan de la DGT, "lo importante es volver"; aunque no se sepa muy bien a dónde y a qué (desde luego no es a la normalidad, ni siquiera a la tan cacareada “nueva normalidad”). Si solo nos quedamos con esa máxima, tal vez hayamos alcanzado el único objetivo que, a día de hoy, nos podemos marcar. Salud y un buen vino.

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