30 abril: Oxímoron

Ayer, como en otras ocasiones, había preparado las líneas generales de lo que iba a ser la columna de hoy. Me proponía seguir hablando de la “neolengua” del coronavirus y, más concretamente, del concepto de “nueva normalidad”; al parecer el objetivo final de la denominada “desescalada” (que también he tratado con anterioridad).

Lo iba a hacer en términos muy críticos porque, queridos amigos, estamos ante un oxímoron de los de libro: según la RAE, “normalidad” hace referencia, entre otras acepciones, a estados caracterizados por lo “habitual” u “ordinario” y, claro, esa condición no la satisface nada que sea nuevo.

En definitiva, lo que censuraba, y me preocupaba sobremanera, era que la expresión enmascarara la resignada convicción de que nada volverá a ser igual que antes de la infección.

Sin embargo, no voy a abundar en ese tema, y no tengo otro. Esta es una confesión de la vaciedad de la crónica de hoy, pero prefiero lo inane a lo tendencioso.

Sé que quienes me escucháis sois unos pocos próximos de confianza, pero, precisamente por eso, debo escribir con un profundo respeto por vosotros, por vuestro estado de ánimo y, sobre todo, por vuestras opiniones personales; porque, debe quedar claro, me inspira el ideal de la libertad de pensamiento y aborrezco el proselitismo.

En definitiva, ahora que tantos están elevando el volumen de la crítica por las medidas que se propone adoptar; que, incluso, se adivina en ella el tono de la sublevación con propósitos espurios, no quiero sumarme al coro de los reaccionarios ni contribuir mínimamente a vuestra desazón.

En fin, mañana será otro día.