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30 abril 2023 (1): La equidistancia tiene mala prensa

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 30 abr 2023
  • 2 Min. de lectura

La única esperanza de que cese la carnicería en Ucrania y se salven muchas vidas jóvenes, en serio peligro de quebrarse prematuramente, es que prospere la negociación y se llegue a algún acuerdo entre los contendientes.

Y, para que haya negociación, ha de haber mediadores que, claro, no hayan comprometido su neutralidad, de modo que ambos bandos confíen en su labor de árbitros. Afortunadamente, y pese a la extrema polarización del mundo actual, no faltan ofertas de estados que, alejados geográficamente del conflicto, se proponen para desempeñar el papel de conciliadores entre las partes. En su día Turquía posibilitó la salida marítima del grano ucraniano y China publicó una serie de puntos sobre la base de los cuales podría fundarse el acuerdo para el fin de las hostilidades. Y ahora es Brasil el que, durante la visita del presidente Lula a España, ha mostrado su disposición a pilotar una eventual negociación de paz.

De sobra está decir que, tanto los términos de mínimos expuestos por los chinos, como el compromiso mediador de Brasil, han sido recibidos con peros y suscitado la reticencia de los países europeos, integrantes de la UE y la OTAN, a quienes les ha faltado tiempo para descalificar estas propuestas en base a un supuesto alineamiento de asiáticos y latinoamericanos con los intereses de Moscú.

Como siempre, también en este caso hay que recurrir a los hechos probados para juzgar con una mínima objetividad, y es evidente, porque de otra forma los partidarios del cuanto peor mejor ya hubieran inundado los medios con la terrible noticia, que ni China ni Brasil están involucrados en el conflicto ya que no han proporcionado armas a ninguna de las partes enfrentadas ni adoptado decisiones comerciales  que afecten al transcurso del conflicto. Así que, con independencia de cómo de próximos se sientan con respecto a los regímenes gobernantes en Kiev y Moscú, hasta ahora han mantenido la mínima neutralidad exigible a todo mediador que se precie.

El problema es que, con su disposición para la paz, estas potencias han expuesto las vergüenzas europeas a la vista pública, desempeñando el papel que, por lógica geoestratégica, estaba reservado a la Europa Occidental. Por el contrario, nuestros gobiernos, todos, eligieron el camino del alineamiento y la activa participación en la guerra y, por esta irreversible decisión, están del todo inhabilitados para protagonizar iniciativas que contribuyan a la distensión. Más aún, sus voceros más calificados siguen aferrándose sin matices a un discurso belicista, moralmente insostenible, peligroso para su ciudadanía y fundado en el espantoso principio digital de “estás conmigo o contra mí”.

Se agiganta, pues, la evidencia de que alguien se está resistiendo al alumbramiento de un nuevo orden internacional que ponga en tela de juicio la política de bloques y que posibilite que los países que concentran la mayor parte de los humanos que habitamos este planeta protagonicen una nueva forma de relacionarse globalmente desde posiciones de igualdad. Y es que el no alineamiento, que ya ofreció su inestimable servicio a la paz en los tiempos de la Guerra Fría, inquieta al poder inconfesable, pero ha vuelto para quedarse.

 
 
 

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