3 septiembre 2023 (2): Cansancio

El conflicto ucraniano cumple los dieciocho meses desde que Rusia declarara que iniciaba una "operación militar especial", supuestamente para limpiar a su vecino de nazis recalcitrantes. Tan largo lapso quiebra las más fuertes voluntades y es natural que cunda el desánimo entre la población civil.

Desde que estallaron las hostilidades, nuestros medios dieron cuenta de la diáspora de la población juvenil rusa llamada a filas. Efectivamente, fueron muchos miles de teen agers y veinteañeros los que tomaron las de Villadiego, mostrando su poco amor por la Madre Rusia.

Obviamente, esa natural resistencia a "dar hasta la última gota de sangre" no podía ser exclusiva de los invasores, pero es solo ahora cuando algunos medios nos están informado de la existencia en Ucrania de una compleja red de corrupción y sobornos mediante la que se proporcionan falsos informes médicos a los reclutas más pudientes para que eludan la llamada a filas o, por lo menos, la incorporación a los frentes más sangrientos. Así que los valerosos héroes esteparios no lo eran en la medida que se nos representaban. Tan serio debe ser el problema que Zelenski ha reaccionado destituyendo a altos mandos militares y constituyendo una comisión investigadora que revele la verdad y depure las correspondientes responsabilidades. Claro que ese tardío abrir los ojos a lo evidente no deja de ser una cínica pantomima de este, ¿cómico?, que, paradójicamente, es el presidente del gesto más adusto, porque yo llevo viendo competir por todos los estadios del mundo a los deportistas de elite ucranianos que, al parecer, gozan de una bula especial para evadir la muerte y aun las penalidades propias del soldado; sospecho que a sus coetáneos del mismo lado del Dniéper esa doble vara de medir no les hará la menor gracia.

A mí todo esto no me sorprende lo más mínimo, a decir verdad ni siquiera lo censuro. Cuando la conflagración explota suena la sirena del "sálvese quien pueda" y, quien más quien menos, trata de salvar su pellejo y el de sus seres queridos; es lo más humano y racional. Y más en estas sociedades relativamente acomodadas, muy cercanas en su status económico a los estándares del Occidente opulento, donde no es necesario combatir por el pan ni defender la familia propia de que sea pasada a cuchillo.

De hecho, este conflicto tiene muy poco de aquella "guerra total" a la que el vil Goebbels apelara en su célebre discurso del 18 de febrero de 1943 en el Sportpalast de Berlín, para intentar frenar la que ya entonces se empezaba a vislumbrar como inevitable derrota del Tercer Reich. Los altos mandos rusos, y ahora también se sabe que los ucranios, se resisten a lanzar sus tropas a ofensivas muy costosas en vidas humanas (para disgusto de algunos aliados occidentales, que las están proponiendo). Prefieren delegar el peso de los ataques en las capacidades de sofisticadas armas autómatas y, por qué no recordarlo, en el concurso de mercenarios procedentes de todos los rincones (Wagners hay bastantes, esta misma semana se ha sabido que una empresa privada sita en Lleida imparte un curso preparatorio para quien pretende incorporarse a las filas áureo azuladas).

Por supuesto que la retaguardia está igualmente cansada y desencantada. También nuestros medios se están abriendo a recoger opiniones de la población civil ucraniana ya no tan monolíticas. Alguno de los inquiridos ha llegado a comentar que no estaría dispuesto a sufrir las penalidades propias de la guerra durante una década para recuperar los territorios orientales del país, después de todo habitados por una población mayoritariamente alineada con Moscú por cultura, lengua e intereses económicos.