3 octubre 2021 (1): 75
- Javier Garcia

- 3 oct 2021
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Es habitual que los voceros del neoliberalismo embistan cada poco contra las pensiones públicas. Esta última semana este morlaco de la injusticia y la desigualdad ha amenazado con dos derrotes, uno de ellos nada sorprendente, ya que ha sido protagonizado por el inefable M. Rajoy que, en la Convención del PP, le ha espetado a su sucesor en el cargo de presidente del partido que habrá de reformar las pensiones "de Sánchez" cuando alcance La Moncloa (me imagino que se refiere a la definitiva instauración de su "factor de sostenibilidad", con el que en su día amenazó y que supondría una notabilísima pérdida de la capacidad adquisitiva de los ya paupérrimos ingresos de los jubilados). Sin embargo, es la segunda cornada de estos últimos días la que más ha dolido, ya que la ha asestado quien, dada su condición de socialista, debiera ser manso cabestro de los más débiles: nada menos que el ministro de la Seguridad Social. Afirma este señor, incontinente y lenguaraz, que en España debiera producirse un cambio cultural para que se trabajara más entre los 55 y los 75 años.
Yo, como decían mis padres, me he quedado "de pasta de boniato". En primer término porque, con varias generaciones perdidas de jóvenes extraordinariamente cualificados, se sigue insistiendo en saturar el macilento mercado de trabajo con ancianos, en buena medida inadaptados e inadaptables a las nuevas exigencias tecnológicas y deseosos de un merecido descanso. Y en segundo lugar porque se vuelve a incurrir en el error de asociar el aumento de la esperanza de vida con el momento del retiro; digo esto porque fallecer más tarde no significa mantener por más tiempo la capacidad de trabajo. De hecho, existen numerosas evidencias estadísticas de que, en la década comprendida entre los 55 y los 64, ya se dispara el número de los afectados por diversos grados de discapacidad y de quienes padecen enfermedades crónicas que requieren un tratamiento de por vida. Se viven más años, pero es merced a la expansión de la farmacopea, a la realización de cribados preventivos de las enfermedades que causan mayor número de decesos y a la disponibilidad de mejores terapias, incluyendo novedosas técnicas quirúrgicas. Termino con el abrumador cúmulo de evidencias en favor de mi tesis recordando que el ministerio de la Seguridad Social, cuando deja la demagogia para ocuparse de sus arcas, se asegura una rápida recuperación del "anticipo" que efectúa cuando un trabajador solicita una más temprana jubilación (un 7,5 % de ingresos perdido por el cotizante si adelanta de los 65 a los 64 años la edad del retiro posibilita a la SS resarcirse del riesgo cuando el pensionista alcanza los, según el ministro, aún lozanos 78,3 años; a partir de ahí todo son ahorros para el erario público).
Para paliar en parte estas contradicciones, los teóricos del trabajo hasta la incineración añaden a todos estos argumentos otros lugares comunes, como ese que afirma que lo que falta es una paulatina adaptación de las condiciones de trabajo a la edad, reduciendo la jornada o cambiando de actividad. Omiten maliciosamente que la exoneración de las tareas más penosas o la disminución de las horas de trabajo tiene una consecuencia inevitable en los salarios, en las cotizaciones del trabajador y, consiguientemente, en la pensión que finalmente vaya a percibir. Ya se sabe, la abnegación es una renuncia.
Lo peor de todo esto es la certeza de que quienes nos intentan embaucar con esos cantos de sirena saben que son falacias. El propósito no es que el trabajador permanezca activo hasta edades disparatadas, porque son plenamente conscientes de que eso no es posible en la inmensa mayoría de los casos, sino que el pobre cotizante arroje la toalla extenuado y se acoja al adelanto de la jubilación en detrimento de la cuantía de sus percepciones.
Por supuesto que el emisor del polémico mensaje ha lamentado que se le haya malinterpretado, y afirmado que no se contempla ninguna demora adicional en la edad de jubilación. Pero la piedra está ya arrojada, el lanzador esconde la mano y prueba la resiliencia de los receptores ante tan descarnado mensaje. Cuando de tanto escuchar esta admonición la opinión pública baje los brazos y la reacción sea tibia o nula… entonces procederán, y encima agradeceremos que en vez de a los 75 nos permitan descansar a los 72.

con esto de alargar la jubilación lo que pretenden es que nunca se cobren, al fallecer el interesado