3 julio 2022 (1): Unanimidad
- Javier Garcia

- 3 jul 2022
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Mi infancia y adolescencia discurrieron en blanco y negro, a través de las lentes bicromáticas del totalitarismo: o estabas con o contra él. Era el tiempo de las adhesiones inquebrantables, los aplausos hasta que las palmas humearan y las leyes aprobadas por aclamación. También fue la época en la que se convocaban elecciones y referéndums en los que solo había una candidatura u opción, con el agravante de que ni siquiera era aconsejable el abstenerse como gesto de discreta rebeldía, porque los comicios se celebraban en día laborable y, para acudir a las urnas, había que solicitar un permiso a la empresa para ausentarse del puesto de trabajo. A fin de que fuera válido el tal salvoconducto y se abonara el tiempo perdido, debía ser ratificado en el colegio electoral; de modo que los que se encastillaban en la discrepancia, además de perder el corto tiempo de asueto obsequiado, quedaban señalados como sospechosos de rojos peligrosos con a saber qué consecuencias.
Por supuesto que quienes vivimos aquel tiempo tenemos en gran estima las opiniones encontradas y el debate, que constituyen la esencia de la democracia, y en modo alguno hubiéramos sospechado que los regímenes europeos que se gestaron tras la espantosa experiencia de los varios fascismos cayeran alguna vez en el perverso vicio de la unanimidad; pero lo han hecho.
Me estoy refiriendo a lo acontecido en estos aciagos días en los que, con Madrid de testigo imperturbable, ha discurrido la cumbre de la organización militar en la que nos integramos tras el artero "de entrada no" de quien instituyó esa peculiar y, a juzgar por los hechos, exitosa manera de ser socialista en España. Como todos sabéis, esta reunión ha acordado, sin objeción ni alternativa alguna, que se aparca la diplomacia, que el fuego de un conflicto bélico se extingue con la gasolina de las armas, que los ciudadanos de unos países ya castigados por crisis económicas mil debemos empobrecernos aún más para proceder a rearmarnos hasta los dientes y que nuestra soberanía ha de postrarse de hinojos ante el gigante del militarismo, canonizado como el nuevo Aquiles de la civilización occidental, al parecer amenazada por la perfidia procedente del frío Este.
Por supuesto que estas importantísimas decisiones, que van a marcar el paso de nuestra vida cotidiana por lo menos durante una década, se han adoptado sin consulta parlamentaria alguna y, obviamente, sin que figuraran en ningún programa electoral de quienes ahora nos rigen. Todo lo contrario de lo que pasa con las medidas sociales, que siempre figuran entre las consignas propagandísticas, pero que ineluctablemente decaen cuando quienes las airearon asumen la responsabilidad de gobernar.
Pero lo más grave es la ausencia de matices y el entusiasmo belicista que también han invadido el territorio de la "prensa libre", supuesta garante de la pluralidad democrática, ahora deshecha en loas a la unidad y decisión de los reunidos sin siquiera objetar las trágicas consecuencias que esta política ya está conllevando; con millones de nuevos excluidos y la inflación acabando con los últimos restos de la clase media, esa que fuera estandarte de las democracias liberales. Y es que el denominado cuarto poder no es hoy más que uno de los tentáculos del único y omnímodo: el del dinero, enseñoreado como el regidor del mundo.
Termino apuntando que los participantes en este akelarre no se conformaron con su aplastante victoria por incomparecencia de opositor alguno y, en un gesto rayano en el sarcasmo y la ofensa a los valores de la paz, enviaron de turismo a sus cónyuges para que admiraran el Gernika, símbolo internacional de repulsa a la guerra.

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