3 diciembre 2023 (1): Réquiem por la Navidad inminente
- Javier Garcia

- 3 dic 2023
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En una de esas tardes lluviosas y desapacibles de finales del mes de noviembre, sin otra cosa que hacer que ordenar y desechar lo inservible, resolví destinar un tiempo a curiosear entre los legajos guardados celosamente durante años, si no décadas, en unos archivadores que, seguro, contenían mucho papel reciclable. Después de descartar manuales de uso y documentos de garantía de electrodomésticos, que hacía años habían dejado de servir, y de destruir no sé cuántas liquidaciones añejas de Hacienda y contratos de seguros que ya no regían, hallé varios sobres, la mayoría del formato C6, que, ¡oh, sorpresa!, estaban repletos de felicitaciones navideñas que nunca fueron enviadas.
Allí seguían, esperando ingenuamente a que un amanuense aplicado garrapateara un mensaje bienintencionado y bello, si es que es posible hacer literatura en el reverso de uno de esos modestos cuadriláteros de cartulina, y que un receptor, receptivo o desdeñoso, dedicara al mensaje y su remitente unos pocos segundos de sus pensamientos. Las postales estaban repletas de brillibrillis tridimensionales, estrellitas centelleantes, monarcas orientales de la antigüedad vestidos con indumentarias occidentales del medievo, bebés extrañamente yacentes sobre paja y serrín, toda la cabaña imaginable, incluyendo dromedarios ricamente enjaezados que, insólitamente, compartían el espacio con renos y alces sobre gélidas taigas nevadas, y señores albinos y regordetes, ataviados con los colores del Athletic de Bilbao.
Reparé entonces que estaba haciendo paleontología de las tradiciones sociales, y que estos restos fosilizados eran los últimos de una estirpe extinta. En algún momento, entre el instante de compra y el tiempo de su remisión, la costumbre de poner en el correo estos mensajes había sido declarada trasnochada, y se había sustituido por el nuevo hábito de publicar esas mismas imágenes en las redes sociales, ahora dotadas con el simpar don del movimiento y el glamour de lo digital. Como los dinosaurios, los christmas habían sido barridos de la faz de la Tierra por el meteorito de las telecomunicaciones.
Como siempre que acontece una gran extinción, sentí que algo importante se había perdido para siempre. Porque el soporte físico exige y traslada más de nosotros; al efectuar aquellos envíos postales solíamos tirar de bolígrafo y escribir escuetas consignas de felicidad de nuestro propio puño y letra; en el peor de los casos y si procedíamos mecánicamente, debíamos firmarlos. Así que con el noble deseo llegaban el pequeño esfuerzo caligráfico, el aceitillo de los dedos, obedeciendo los sinuosos trazos de las huellas dactilares, despojos microscópicos de piel y, por supuesto, la muestra indeleble y única de nuestro ADN, abundante en la saliva aplicada al sello. Era otra cosa, no me digáis que no.
Pero el cambio ha sido tan drástico que se está llevando por delante otros muchos atributos del espíritu navideño. A las cestas, sin ir más lejos, no creo que les queden muchos ciclos de reparto; las empresas se han vuelto tan tacañas como el señor Scrooge, del Cuento de Navidad de Dickens, aunque justifiquen su cicatería en la conveniencia de profesionalizar la relación entre la compañía y el empleado, proscribiendo el pernicioso paternalismo, y en la necesidad de evitar la corruptela de quienes compran en su nombre a proveedores deseosos de fundar la fidelidad en el obsequio.
Y voy terminando: hasta la comida navideña tradicional está en sus últimos estertores; los langostinos, la ensaladilla rusa (perdón, nacional), la berza, la coliflor, el bacalao, los caracoles, los turrones duro y blando, la sidra El Gaitero... son considerados integrantes de una gastronomía caduca. Ahora reinan las influencias anglosajonas, los ubicuos lácteos, las crudités, los pinchos con perifollos, las salsas agridulces... todo integrado en el menú encargado a algún restaurante de medio pelo; las cocinas huelen a ambientador y los comedores a la, permítaseme la licencia, cacofonía olfativa de los perfumes recientemente extraídos de sus envoltorios de regalo.
Bueno, que la fiesta no decaiga, después de todo es el momento de encender las luces navideñas, de iluminar lo lóbrego de este tiempo del año. Y aquí también se disputan el futuro dos tendencias contrapuestas: la de la corrección política, que clama por la austeridad en el gasto energético y propone tenues LEDs de fríos colores, y la competitiva, que persevera en su ambiciosa pretensión de orientar hacia sus lares al turista del solsticio con el faro más deslumbrante. Como decían los también desfasados comentaristas futboleros, que dios reparta suerte.

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