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3 abril 2022 (1): El efecto pterosaurio

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 3 abr 2022
  • 3 Min. de lectura

El hombre, tan pagado de sí mismo, siempre ha buscado diferenciarse del resto de los animales persiguiendo ese no sé qué exclusivo que lo distinga como la cima de la evolución, tan distinto del resto de los seres vivos como estos de la materia inanimada. Así, cuando solo se podía recurrir a las explicaciones mágicas, el ser humano era único porque solo a él la divinidad lo había hecho a su imagen y semejanza y dotado de un alma inmortal. Cuando la ciencia empezó a ocupar los espacios otrora privativos de la especulación religiosa, se consideró que el bipedismo era lo que nos diferenciaba entre los vivos; hasta que los hallazgos de fósiles pertenecientes a homininos no humanos, de andar manifiestamente erguido, nos descabalgó de esa pretensión. A la búsqueda del santo grial de la distinción, se reparó en las herramientas, de las que se suponía éramos los únicos fabricantes y usuarios; nuevamente, las observaciones de la vida y costumbres de los grandes simios en libertad nos persuadió de que ellos también manufacturaban burdas herramientas con las que se ayudaban para cazar o agredir a sus enemigos. No conformes con esa incómoda sensación de vulgaridad, encontramos otro argumento en favor de nuestra irrepetible naturaleza: la cultura, entendida como el conocimiento adquirido que se transmite a las siguientes generaciones; pero otra vez el seguimiento de la vida y milagros de nuestros primos más próximos nos bajó los humos: resulta que había agrupaciones, tribus, de antropomorfos que conocían y empleaban ciertas herramientas que eran desconocidas entre grupos familiares no demasiado lejanos. Solapados en el tiempo con algunos de los argumentos anteriores, también se esgrimió la previsión para el futuro y la abstracción como exclusivamente humanas, pero hasta los pájaros nos lo desmintieron con sus increíbles habilidades. A pesar de todo, como somos incansables cuando se trata de probar una tesis que nos conforta, reparamos finalmente en el lenguaje como la última frontera que solo nosotros hemos traspasado. Aún hoy son muchos los biólogos que la sostienen, pero es indudable que, tal vez sin el carácter modular de nuestra comunicación, capaz de generar una práctica infinidad de combinaciones, muchos animales de superior inteligencia poseen un lenguaje que les posibilita transmitir una gran variedad de mensajes de enorme utilidad para la supervivencia y el refuerzo de los lazos sociales.

Así que no creo que haya nada cualitativamente distinto en nosotros; pienso, por el contrario, que simplemente sumamos tanto en lo cuantitativo que hubo un momento en que nuestras habilidades tecnológicas, unidas a la rica lengua que empleábamos, que hizo factible compartir, mantener y acumular colectivamente cualquier descubrimiento, emprendieron su irreversible y vertiginoso ascenso hasta izarnos a la capacidad de modificar la naturaleza a nuestro antojo.

Con todo, y quizás desmintiéndome a mí mismo, voy a proponer un elemento cultural característico y exclusivo de los humanos: el comercio. Hay evidencias de intercambios desde hace bastantes miles de años, en Europa podrían ser tan antiguos como la llegada del Homo sapiens. De sobra está decir que el trueque, y luego la compraventa, permitieron que todos gozáramos de lo mejor de lo que cada uno tenía, aumentaron la eficiencia en el trabajo merced a su división “internacional" e, incluso, incentivaron ciertos progresos intelectuales, como el advenimiento del concepto de valor y, casi seguro, la introducción del cálculo. Más recientemente, fue el comercio lo que impulsó el invento de la escritura; que no nació para expresar los más bellos sentimientos o para eternizar las hazañas de los héroes míticos, sino para dejar constancia de las transacciones y los derechos de propiedad.

Así que nuestra humanidad es como es sobre la base del comercio. A poco que se reflexione, se cae en la cuenta de que la globalización es un fenómeno imparable que empezó hace muchísimo tiempo y sobre la que solo podemos decidir cómo ha de enfrentarse. La interrelación es hoy tan intensa y compleja que nos hace especialmente fuertes y, a la vez, extremadamente vulnerables. El denominado "efecto mariposa", por el que una pequeñísima alteración de las condiciones existentes en un lugar e instante dados puede rectificar drásticamente la evolución de los grandes acontecimientos a escala global es, sin duda, más que verosímil en el contexto de nuestro presente equilibrio inestable. Imaginad pues lo que puede suceder si, como en la candente e infortunada actualidad, la perturbación, en vez de estar originada por el casi imperceptible aletear de un lepidóptero, la causa el agitado y torpe vuelo de un pterosaurio.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
03 abr 2022

muy bueno

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