29 noviembre (2): El último crack
- Javier Garcia

- 29 nov 2020
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Diego Armando Maradona ha fallecido esta semana. Como bien sabéis, las multitudes, ávidas de visitar su capilla ardiente y de acudir al subsiguiente sepelio, han protagonizado importantes disturbios, mientras que la noticia ocupaba grandes espacios en la prensa de todo el mundo.
El duelo colectivo desmesurado, hiperbólico, de millones de argentinos afectados por la muerte de su ídolo, mejor, de su dios, nos ha podido parecer exagerado, hasta obsceno, en un mundo donde tanto se sufre y tantos seres humanos anónimos dejan de existir ante la indiferencia de sus semejantes. Sin embargo, y al contrario de cuando las pompas fúnebres de esos caudillos autoritarios a los que las masas lloran con lágrimas de cocodrilo, he tenido la sensación de que el llanto por este astro del balompié ha sido sincero, salía del alma de ese pueblo tan castigado por una historia repleta de juntas militares, feroces pogromos antipopulares y quiebras económicas que se llevaban los ahorros de millones de existencias. Así pues, y dado que los que gemían sabían plañir, lo habían hecho en muchas ocasiones por sus familiares ejecutados o desaparecidos, por su hacienda quebrantada, por la miseria de nunca acabar... algo debía tener "El Pelusa" para hacer derramar tantas lágrimas a tan resecas glándulas lacrimales.
No ha importado lo más mínimo que quienes lo lloraban conocieran sobradamente su vida desordenada y licenciosa, su poco autocontrol, sus histriónicos aspavientos. Y es que, ahí está la clave de esa reacción popular, "era uno de los suyos"; alguien que, durante toda su vida, tuvo a gala no renunciar a sus orígenes de "descamisado" que, incluso, cuando fue llamado a prestar sus servicios en la opulenta Europa, eligió defender los colores de un equipo menor, de una ciudad cercada por la miseria (Nápoles), para llevar, también a esa gente nacida al otro lado de su océano, a la gloria del triunfo sobre sus ricos oponentes del norte. Por si estas gestas fueran poca cosa, solo cuatro años después de que el Reino Unido infligiera a Argentina una abrumadora e ignominiosa derrota militar, y miles de su jóvenes fueran llevados al inútil sacrificio de sus vidas, Maradona devolvió simbólicamente la bofetada a los envarados británicos con un par de goles legendarios: el uno, una obra maestra del fútbol y, el otro, toda una oda a la picardía latina y cruel burla de sus vencidos adversarios.
Pese a ser del Athletic, y de no haberle profesado una especial devoción cuando militaba en el Barcelona, le otorgo la exclusividad de haber sido el último grande del fútbol. Los "galácticos" de hoy son solo niñatos caprichosos, mercenarios ostentosos, insufribles mercaderes de sus habilidades, asépticos maestros del gol, esbirros de los que manejan el cotarro del entretenimiento. Gentes que perdieron su aura mágica, y más ahora, que el 4K revela sus lunares y verrugas y los vacíos estadios permiten escuchar el golpeteo del balón y las soeces consignas que intercambian. Los dioses descendieron de su Olimpo y ahora, en su manifiesta inanidad, se confunden con cualquier cuñado tuercebotas, empeñado en ganarte a balonazos el vermú que apostasteis el anterior fin de semana.

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