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28 septiembre 2025 (3): Ni mejores ni peores, humanos

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 28 sept
  • 2 Min. de lectura

El vil asesinato esta semana por arma blanca en Bilbao de un joven de ascendencia marroquí por parte de otro, de procedencia latinoamericana, marca un antes y un después en relación al tratamiento de este tipo de noticias luctuosas.

Y digo esto porque, tanto en el ámbito vasco como en el más amplio español, ha sido habitual que administraciones y medios de comunicación no hagan mención de la nacionalidad u origen de los delincuentes; con el evidente propósito de que no se estigmatice a ninguna etnia, cultura o religión.

Creo que ese era un error de estrategia, primero porque el oscurantismo, lejos de acallar el debate en torno a la vinculación de la falta de seguridad con la inmigración, agiganta ante la opinión pública la supuesta culpa de los recién llegados. Y segundo porque la ocultación o, peor, la tergiversación de la verdad nunca es una buena idea y daña al constitucional derecho a la información.

Lo evidente, para cualquiera que tenga dos dedos de frente, es que el delito, en su naturaleza y frecuencia, tiene una estrecha relación con la posición social del delincuente. Por ejemplo, no cabe ninguna duda de que la inmensa mayoría de los defraudadores fiscales pertenecen a la clase alta autóctona, que son quienes tienen el móvil y los medios para delinquir. De la misma manera, el trapicheo callejero es cosa de los recién llegados, porque no suelen tener oficio ni, con harta frecuencia, papeles para siquiera ocuparse en los empleos peor remunerados. Y ha sido ese mundo de las maras enfrentadas, que trafican con lo que sea, el contexto en que, casi con toda seguridad, se ha producido el mortal crescendo de rivalidad que ha conducido al lamentable asesinato de Bilbao.

Así que sí, la inseguridad en las calles está, y estará cada vez más, vinculada a los jóvenes originarios de allende nuestras fronteras. No es, por supuesto, por su genética (como quisieran los racistas) o por una razón cultural, ni siquiera por un inconfesable odio a los cada vez menos acomodados anfitriones, simple y llanamente sucede que la delincuencia de la más baja estofa es cosa de los peor situados económicamente.

Y, como digo en el párrafo anterior, esa vinculación entre la violencia callejera y los "extranjeros" se intensificará en el futuro, porque la situación económica relativa de las nuevas generaciones de los procedentes de fuera no va sino a empeorar, como ya lo muestran los ghettos en los que malviven los hijos y nietos de migrantes africanos en Francia, Bélgica o Países Bajos, o los propios barrios degradados ibéricos, repletos de magrebíes, latinoamericanos y otros "recién llegados" (hace solo unos cuantos siglos, casi un milenio): las gentes de etnia gitana que, tras ese tiempo, tampoco han hallado su hogar definitivo.

Las tensiones entre los antiguos inquilinos de esta parte del mundo y los adheridos de los últimos decenios no han hecho sino comenzar. Nadie es mejor que nadie, pero cada vez hay más competidores que disputan por un sitio en una sociedad gradualmente más desigual y más saturada de humanos insolventes.


 
 
 

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