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28 junio (2): La impertinencia de los ex

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 28 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

Quien más, quien menos conoce algún caso de esos de los protagonizados por los que fueron pareja, dejaron de serlo, pero se resisten a su inevitable irrelevancia en la vida del otro, inmiscuyéndose en los asuntos que ya les son ajenos, dando consejos en modo alguno solicitados y, esos son los peores, haciéndose los encontradizos pese al manifiesto rechazo a su presencia por parte de quien fue su par.

Bueno, pues todo eso nos está pasando a los ciudadanos de este estado con dos expresidentes del Gobierno; el uno, miembro del "Trío de las Azores" (y no, no cantaba boleros) y, el otro, reconocido "Señor de los bonsais", o "de las gemas", que siempre ha sido muy refinado. Esta pareja, en su día enemigos políticos irreconciliables, están a partir un piñón, coinciden en el diagnóstico de los males que nos aquejan y proponen el mismo tratamiento para su cura. Como el remedio sugerido (¡qué sorpresa!) es el que vienen demandando los que cortan el bacalao económico, cuentan con la aquiescencia y el apoyo de poderosos medios de comunicación que, a la manera de irritantes altavoces, amplifican sus “prudentes” apelaciones a un gobierno de concentración nacional o, cuando menos, a un acuerdo de amplio arco parlamentario que, claro, ahuyente el fantasma de la derogación de la reforma laboral o el espectro de la subida de los impuestos al capital y las rentas más altas.

Pero no voy a entrar en consideraciones macroeconómicas, ni a posicionarme sobre la conveniencia de hacer caso de sus consejos. Siguiendo el ejemplo de Franco que, dicen, en una ocasión le espetó cínicamente a uno de sus ministros: "haga como yo, no se meta en política"; solo voy a fijarme en las formas, la credibilidad y la oportunidad de su estruendosa irrupción. Lo primero que hay que censurarles es esa arrogancia del que se cree imbuido de no sé sabe qué arcana sabiduría vedada para los demás mortales. Les diré, por si no lo recuerdan, que los mandatos de las urnas que los auparon a sus cargos ya periclitaron; que la grandeza de la democracia es, precisamente, que cualquiera pueda ser investido para las más altas magistraturas del estado y que, de la misma manera, retorne a su condición de ciudadano de a pie, sin más privilegios ni menos derechos que cualquier otro.

Además, y ya hablando de sus casos particulares, les recordaría que tienen razones sobradas para, exhibiendo esa prudencia de la que tanto se jactan, limitar su exposición pública. El uno, cuando menos, jaleó, con la mentira flagrante o el injustificable error, una intervención militar que causó, y todavía produce, miles de muertos y la devastación económica de toda una región del Cercano Oriente. Sobre el otro aún sobrevuela la incógnita no despejada de su papel en el episodio más oscuro de nuestra democracia reciente. Y eso por no hablar de los miembros de sus respectivas administraciones ya condenados en firme por corrupción o de las aparentes mamandurrias de las que disfrutan por razones y servicios de difícil explicación. Son baldones terribles, señores expresidentes, los que pesan sobre sus currículos, lastran irremediablemente sus méritos y, desde luego, cuestionan la altura moral de la que alardean.

Para terminar, creo no discrepar de casi nadie si insisto en la obviedad de que vivimos una emergencia. Que no es el momento, nunca lo es, de agitar los avisperos de siempre (léase la judicatura y los estamentos militares y policiales) con el propósito de desestabilizar un ejecutivo legitimado por los votos. Lo que se necesita, pues, es una leal oposición que, sobre todo, negocie acuerdos, formule propuestas alternativas a las puestas en práctica y arrime el hombro en cuestiones de interés general que debieran estar al margen del debate político. Bastante desestabilizados estamos tras el estado de alarma sanitaria, el miedo justificado de la población a la reanudación de la convivencia ordinaria y la situación comatosa de nuestra economía.

 
 
 

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