28 abril: Especímenes
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 3 Min. de lectura
La evolución por selección natural culmina con la especiación, es decir, con la aparición de nuevas especies. El mecanismo más importante de especiación es la denominada cladogénesis, que acontece por el aislamiento reproductivo: si grupos de semejantes quedan aislados del grueso de sus congéneres por obstáculos insalvables, no tienen la oportunidad de compartir su acerbo genético con los especímenes troncales; así que, con el tiempo, se irán distanciando de estos hasta merecer un trato taxonómico (clasificatorio) diferenciado.
¿Os suena esto? Espabilad: ¡estamos confinados! Fraccionado el ecosistema humano, por otro lado nada próspero, surgen las adaptaciones por doquier. Sin ánimo de ser exhaustivo, voy a apuntar aquí algunas de las más destacadas:
Los ortodoxos: tienen una fe inquebrantable en la dirigencia y siempre se expresan desde una absoluta corrección política. Por eso, son defensores del cumplimiento estricto de la normativa dictada que, faltaría más, es la apropiada, dadas las circunstancias.
Los activistas: tal vez solo constituyan una subespecie particularmente inquieta de los anteriores. Les mueve el compromiso social, así que promueven toda clase de iniciativas: desde los aplausos al sector sanitario a entusiastas campañas en las redes sociales.
Los ultraortodoxos: siempre ha habido más papistas que el Papa. A estos, que se les hacen los dedos huéspedes, también se les quedan cortas todas las cauciones. De hecho, según la progresiva desescalada es más inminente (¡y dale con el neologismo!), ven con indisimulada indignación que se vayan a ir eliminando las restricciones al movimiento; por ellos permaneceríamos recluidos hasta el fin de todos los virus (que esperen sentados). Esta especie, como las hormigas, acoge varias castas; la más beligerante es la de los "ultraortodoxos soldado" que se han organizado en torno a la milicia conocida como la "Gestapo de los balcones".
Los afectados por el síndrome de Estocolmo: o la fábula de la zorra y las uvas. Resulta que permanecer en casa todo el día es ahora la más atractiva de las opciones vitales.
Los medrosos: la campaña que se ha desatado, deliberadamente negra con el propósito de que se respete el estado de alarma, ha incidido en las mentes de muchos. De modo que, contrariamente a lo que dictaría la lógica, cuantos menos nuevos casos de infectados, más miradas inquietas, más distancia respecto del vecino, doble par de guantes, en lugar de uno solo, y más y mejores mascarillas.
Los negacionistas: lo son por ignorancia, rebeldía o simple incivismo. Andan por ahí abriendo bares clandestinos, al mejor estilo de los tiempos de la ley seca.
Los heroicos: los así denominados no han elegido esta condición. De hecho, sospecho que a muchos de ellos no les hace ni pizca de gracia correr el riesgo de desempeñar su trabajo sin la adecuada protección. Al menos parece que sus puestos de trabajo no corren peligro.
Los golpistas: esta especie se caracteriza por su agresividad y contumacia en la mentira. Cualquier decisión institucional estará mal adoptada y servirá de arma arrojadiza para recuperar el rol de superdepredadores que, creen, se les usurpó ilegítimamente.
Los pesimistas: especie numerosa entre responsables políticos y expertos sanitarios. Su labor consiste en salvar su culo, alejándose conscientemente de la navaja de Ockham y reiterando la verosimilitud de los peores escenarios futuros.
Los carroñeros: al parecer abundantes entre los intermediarios internacionales de material sanitario. Como buenos necrófagos, están prosperando con la muerte.
Los conspiranoicos: parten del principio incontrovertible de que se nos miente. Que, o el virus ha sido el resultado de una manipulación artificial, o todo esto es un experimento diseñado por los caballeros templarios o el club Bilderberg para domeñar el espíritu humano.
Los pringaos: constituyen esta especie la mayoría, los herbívoros de la sabana; que trabajan, arriesgan su salud y, sin embargo, no son héroes, sino sospechosos de diseminar el "bicho" por su mala cabeza.
Cuando las barreras cedan y las distintas especies nos reencontremos (somos doce, como las tribus dispersas de Israel), puede ocurrir que, pese al temporal alejamiento, la diferenciación genética no haya ido tan lejos, los híbridos sean fértiles y todos volvamos a la coexistencia relativamente pacífica pre-pandemia. O, por el contrario, que hayamos cruzado el Rubicón de la intolerancia; en cuyo caso vete a saber tú qué extinción y a quiénes nos afectará.

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