27 septiembre (1): El día de la marmota COVID
- Javier Garcia

- 27 sept 2020
- 4 Min. de lectura
Los que seguís este blog ya sabéis que en reiteradas ocasiones he manifestado mi deseo de no volver a escribir sobre el dichoso coronavirus. Pero las circunstancias son las que son, y la pandemia, los gobiernos y los medios de comunicación (no sé en qué orden de relevancia) no nos dan la más mínima tregua.
Tengo la impresión de que nuestra sociedad está cada vez más tensionada y, sobre todo, confundida. Y es que no ha habido ningún estamento involucrado que haya mantenido una postura coherente en el transcurso de este desastre global, ya demasiado dilatado en el tiempo. Ni siquiera el mundo de la ciencia ha propuesto pautas de actuación incontestables. Y es que, al principio, los asintomáticos eran una bendición, porque nos acercaban a la "inmunidad de rebaño", y ahora se persiguen como si fueran despiadados infiltrados, listos para propagar la pestilencia. Tampoco se han puesto de acuerdo sobre el tiempo y la capacidad de contagio de un infectado (se va a reducir la cuarentena de 14 a 10 días); ni siquiera sobre la forma de transmisión (se ha escrito muchísimo sobre el tamaño de las gotas de líquido portadoras, su permanencia en el aire dependiendo de las condiciones meteorológicas, etc., pero siguen existiendo tantas opiniones como autores). Finalmente, y es lo más importante, no se ha dado con ningún antiviral de eficacia específica probada ni, por supuesto, aún existe una vacuna que reúna las mínimas garantías sanitarias. Pese a toda esta confusión, muchas de las autoridades reconocidas en virología y epidemiología gustan de lucir su protagonismo en prensa, y no faltan sus sugerencias “segurolas”, muy propias de quienes quieren acaparar los focos de atención sin mojarse lo más mínimo; para muestra un ejemplo: uno de estos seres superiores proponía, en una entrevista concedida a “El País”, recluir en hoteles contratados al efecto a todos los obligados a permanecer aislados; sin reparar en las consecuencias jurídicas de la privación de libertad ni en el descomunal esfuerzo logístico y económico que semejante medida exigiría.
Así las cosas, tenemos a los políticos dando palos de ciego a diestro y siniestro, pero sin romper la piñata. Recordemos, por ejemplo, que se recurrió al confinamiento para "aplanar" la curva de contagios y salvar al sistema sanitario de su colapso. Pues bien, no se consiguió ni lo uno ni lo otro; porque, si examinamos cualquiera de las curvas que se han publicado, son tan abruptas, su pendiente es tan extremadamente elevada en la segunda quincena de marzo y los inicios de abril, que es difícil de imaginar que ahí se haya conseguido aplanamiento alguno. En cuanto al crack sanitario, es evidente que se produjo, que no se evitó; ya que fueron una realidad los triajes sistemáticos que dejaron sin asistencia a miles de enfermos (muchos de ellos murieron completamente abandonados).
Sigamos con la lista de golpes al aire: la mascarilla. Cualquiera puede comprobar que es precisamente en el momento en que se generaliza su uso obligatorio en todas las CCAA cuando repunta la curva de infectados en todo el Estado.
Para acabar con las medidas que llevan un tiempo instauradas y pueden examinarse a la luz de sus resultados, tampoco parece que el cerrojazo al ocio haya arrojado beneficios apreciables, porque es patente que el pico de esta segunda ola ha sido bastante posterior a la adopción de las cauciones más restrictivas de la vida social.
Si a todo esto sumamos la mejor evolución de la epidemia en muchos países que han seguido pautas de actuación mucho menos coercitivas de la libertad que aquí, la perplejidad nos pasma. Los que descartan el azar, que creo que sí ha desempeñado cierto rol, han esgrimido argumentos varios para este hecho diferencial negativo (tan poco consistentes como otros que ya han manifestado su completa inanidad): que si los nórdicos son más educados y obedientes con las consignas emitidas por las autoridades, que si el resto de europeos son menos efusivos con amigos y familiares que nosotros, que si son menos fiesteros, que si viven más espaciados en residencias unifamiliares...
¿Qué puede, pues, fallar entre tanto y tan sesudo argumentario? Permitidme aquí que vuelva al artículo que escribí con motivo de las declaraciones de nuestra ya ex consejera de Sanidad (por algo será), para insistir en que la disquisición predominante solo se centra testarudamente en el comportamiento de la ciudadanía, sin tener para nada en cuenta los medios implementados. Es como si a la hora de valorar las capacidades de un ejército únicamente se estimara el valor de sus soldados, sin considerar ni su número ni el armamento con el que están equipados.
Porque de lo que no nos hablan nuestras autoridades, todas ellas, es de cómo están gastando las ayudas comunitarias, o del número de médicos, de ATSs, de plazas UCI y de rastreadores que están destinando a combatir la pandemia. A la vista de sus pretextos (no hay médicos disponibles que se puedan contratar, no llega el material sanitario adquirido...) sospecho que, pese a la presión de esta situación excepcional, no han hecho crecer sus plantillas ni dispuesto los medios necesarios. Y esta inacción es particularmente peligrosa porque partíamos de una sanidad pública que era, perdóneseme la expresión, "de mierda"; ya que se ha ido recortando, tan silenciosa como implacablemente, desde 2007, año cero de Lehman Brothers.
Así que, por favor, dejen de recurrir al manido eslogan franquista de "Spain is different", olvídense de pintorescas ideas acerca de cómo amargar la vida a los sufridos contribuyentes y dediquen más recursos e incrementen el número de sanitarios. Se controlarán mucho mejor los brotes y los enfermos estarán atendidos con la dignidad que se merecen.

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