27 marzo 2022 (2): Europa, ¿quo vadis?

España entró en la Unión Europea en 1986. Como hay que dar al César lo que es del César, reconozco que aquella efemérides alumbró un tiempo gozoso porque, al padecer una de las rentas per cápita más bajas del club, se recibieron ingentes inyecciones económicas en la forma de los Fondos Social y de Cohesíón, lo que posibilitó un enorme proceso de modernización del sector industrial y la completa renovación de las infraestructuras.

Pero llegó el euro, la política neoliberal rampante y la consiguiente financiarización de la economía posibilitó la acumulación de ingentes excedentes financieros en los países del Norte. Como sus economías eran incapaces de absorber tamaña furia inversora, los estados del flanco sur de la Unión se vieron invadidos de ese capital, a la búsqueda de la rentabilidad que los bajísimos tipos de interés de sus lugares de origen le negaban.

Mucha de esa inversión foránea aterrizó en la deuda soberana; así que los mandamases del cotarro, como implacables acreedores que eran, pergeñaron eso del austericidio para asegurarse de que los deudores pagaran, el principal y jugosos intereses. Desde entonces, crisis sub prime incluida, no hemos levantado cabeza. El codicioso capital, a la búsqueda frenética de nuevos caladeros para sus negocios, se apresuró a incorporar a la Unión a un buen número de naciones otrora miembros del bloque soviético, menesterosas y, como nosotros a finales de los ochenta, monopolizadoras de los fondos desde el momento mismo de su asociación; de modo y manera que ahora ni siquiera somos perceptores netos de las ayudas europeas, sino que nos debemos a los miembros más pobres de este mercado persa al que pertenecemos.

Las cosas todavía se han puesto peor desde hace unos pocos años porque, por vez primera y rompiendo con una regla de oro vigente durante décadas, el septenio contemplaba la asignación de recursos a la investigación e infraestructura militar. Lo de ahora mismo no es necesario ni que os lo comente, el fervor guerrero ha anidado en los corazones y, sobre todo, en las carteras de los que cortan el bacalao y han decretado que dediquemos el dinero que no tenemos a armarnos hasta los dientes.

Esos mismos, definieron una política energética común que ha permitido el saqueo de las economías domésticas e industriales por parte de los oligopolios de los combustibles y la electricidad. ¿Alguien puede explicar el reglamento que posibilita vender toda la energía suministrada al precio señalado para su proceso de generación más costoso? Y ello por no hablar de algunas barrabasadas cometidas por los esbirros locales de esos insaciables de los fluidos; aquí es inolvidable la perpetrada por aquel ministro que parecía gemelo del que fuera presidente del Gobierno y poseía cuentas en paraísos fiscales mientras instituía el inusitado gravamen al sol.

Total, que ahora estamos en guerra, la escalada de los precios es imparable e inasumible sin caer en una gravísima recesión. Así que hace pocas horas que los jefes de Gobierno de los veintisiete celebraron una reunión para tratar de poner fin a la locura de las tarifas eléctrica y gasística. Para sorpresa del respetable no respetado, los de siempre se resistían a atracarnos un poquito menos hasta que nuestro Pedro "El Resiliente", o "El Camaleónico", abandonó por un tiempo la cumbre y su habitual rol de monaguillo de los principales oficiantes para declararse ofendidito y lograr que en Iberia pudiéramos poner un límite al precio del gas dedicado a la generación eléctrica.

Ya veremos cuál es el siguiente capítulo de este folletín. Aquí lo desconocemos, aunque supongo que al otro lado del Atlántico ya habrán escrito el guión.