27 junio 2021 (1): El oxímoron de la comunión excluyente
- Javier Garcia

- 27 jun 2021
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La presión de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica norteamericana ha conseguido de su conferencia episcopal la adopción doctrinal de un texto que exige a sus fieles coherencia entre la fe declarada y la conducta observada. En román paladino, este aviso a navegantes propone negar la comunión a quienes, declarándose católicos practicantes, promuevan, apoyen o toleren leyes o reglamentos contrarios a la moral dictada desde el magisterio eclesiástico. Aunque de naturaleza generalista, la resolución adoptada está concebida en el contexto de una feroz cruzada antiabortista, emprendida desde los ámbitos religiosos más reaccionarios, y amenaza con excluir de la eucaristía a nada menos que el presidente de los Estados Unidos.
Todos esos aspavientos y melindres clericales se justifican por su creencia de que, desde el primer momento de la concepción, en el que el espermatozoide penetra en el óvulo y da lugar al zigoto, la divinidad infunde el alma inmortal dando lugar a una nueva persona humana, acreedora de todos los derechos. Por supuesto que tal punto de vista choca frontalmente con la evidencia científica, a la luz de la cual es patente la ausencia de consciencia en células individuales, en agrupaciones celulares poco diferenciadas (mórula, blástula y gástrula) y hasta en embriones bien desarrollados.
Pero no es solo la ciencia la que desacredita estos argumentos mágicos para la exclusión, la aceptación legal del aborto se contextualiza en una sociedad libre y plural en cuyo seno son minoría quienes comparten con la Iglesia esa idea de la célula inteligente. Así pues, cualquier gobernante democrático que desempeñe altas responsabilidades políticas debe atender a todas esas sensibilidades sociales mayoritarias, aun cuando no le gusten, y dar a sus reivindicaciones el adecuado cauce legal sin que por ello haya de compartir los principios morales de esos otros ni, por supuesto, estar obligado a poner en práctica personalmente lo que su propio código ético proscriba. Se trata, pues, de no injerir en los asuntos privados de la gente y de garantizar el ejercicio de su libertad evitando sea discriminada por razones ideológicas o religiosas. Frente a este obligado respeto público por las decisiones y puntos de vista de los demás... ¡Qué manía la de los intolerantes religiosos de inmiscuirse en las vidas privadas ajenas e imponer sus normas de conducta a quienes no comulgan con sus creencias!
Termino, los que tan beligerantes se muestran en favor de la preservación de la vida emergente son mucho más incoherentes e hipócritas que aquellos a los que anatematizan, ya que la Iglesia considera legítimas la guerra y la pena de muerte y ha acogido bajo palio a sanguinarios genocidas. Por cierto, que las vidas que, en su momento, los obispos consideraron podían sacrificarse en aras de un bien superior (no otra cosa arguye la violencia institucionalizada) sí que pertenecían a personas en la plenitud de sus capacidades cognitivas y el ejercicio de sus derechos humanos.

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