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26 diciembre 2021 (2): Renacimiento

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 26 dic 2021
  • 3 Min. de lectura

La maldición de las "no fiestas" ha profanado el sancta sanctorum de las efemérides: la Navidad y el Fin de Año, y nos va a dejar un amargo sabor a partium interruptus. Efectivamente, muchas son las familias que, tras un inoportuno contacto con un positivo o después de unos impertinentes tests de antígenos, han tenido que desistir de reunirse o excluir del ágape a alguno de sus miembros por apestado.

Os confieso que empiezo a dudar de todo. He perdido la confianza en las instituciones, en los medios de comunicación y hasta en los científicos que, creo, están fallando lamentablemente en la formulación de la prevención y el tratamiento (la capacidad de las vacunas para inmunizar está muy por debajo de lo declarado y los tratamientos eficaces se anuncian, pero no llegan). Con todo, lo que es peor es que estos expertos olvidan en muchas ocasiones que la selección natural es una ley tan inexorable como la de la gravedad, formulando así erradas predicciones sobre la evolución de la pandemia.

Así las cosas, tras la irrupción de la variante ómicron nos hemos entregado a la histeria colectiva equiparando su rapidísima expansión (propia de un virus ya muy evolucionado) con la gravísima emergencia sanitaria que vivimos en la primavera de 2020. Era de primer año de Biología haber asociado la gran capacidad infectiva de este mutante con la levedad de sus síntomas, así como prever que su curva de evolución será tan abrupta en su decaimiento como lo está siendo en su crecimiento. No se está obrando en consonancia con estas evidencias: los medios de comunicación agitan el espantajo del cataclismo para vender más, los políticos adoptan medidas de las del tipo "matar moscas a cañonazos", no vaya a ser que se equivoquen y pierdan sus confortables poltronas y los dichosos expertos se pliegan a ese estado de opinión porque el error de subestimar el problema sería castigado implacablemente.

Poco importa, pues, la salud. La salud de los millones de ciudadanos que se está deteriorando por el naufragio de la atención primaria, por la dejación en el seguimiento de las patologías crónicas, por la demora en los diagnósticos y los tratamientos quirúrgicos. Tampoco ocupa la amenaza del armagedón de las enfermedades mentales ni el deterioro general en el grado de salubridad de barrios y viviendas como consecuencia del empobrecimiento derivado de la parálisis económica.

Más que en el pico expansivo de la infección nos hallamos en el fondo de la sima de la desesperanza y la frustración. Simultáneamente, acabamos de transitar por el solsticio de invierno, también un mínimo matemático, puesto que se trata de la ocasión anual en la que la noche es más larga y el día más corto. Su Sol es tímido, se alza muy poco sobre el horizonte y rasea, alargando las sombras y tiñendo el paisaje de un macilento brillo. Pero la penumbra siempre es el preludio de la luz, de ahora en adelante el astro rey describirá arcos más y más dilatados. Es el renacimiento de la vida, queridos amigos, que el ser humano lleva considerando el instante más sagrado del año desde hace decenas de miles de años. Así que, en vez de ser un momento para la aflicción, lo hemos de consagrar al regocijo. Adoptemos la misma actitud ante esta pandemia que ya no puede ir a más. No caigamos en la desesperanza sembrada por quienes solo salvaguardan sus status. Exijamos una sanidad fuerte, que no solo prevenga, sino que también cure y, mientras tanto, observemos las precauciones debidas, pero vivamos la vida, que solo tenemos una.

 
 
 

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