26 diciembre 2021 (1): Bochornoso espectáculo
- Javier Garcia

- 26 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 20 ene 2022
El auge de los contagios propiciado por la expansión de la variante ómicron del virus COVID ha mostrado en toda su crudeza de qué pasta están hechos nuestros políticos.
Como sabéis, durante la semana han tenido lugar, no sé si una o dos, reuniones telemáticas que han concitado la asistencia de representantes de la Administración General del Estado y de todas las Comunidades Autónomas. Antes de esos encuentros, la gran mayoría de los gobiernos adelantaron sus propuestas de duras medidas con el objetivo de restringir las normales actividades de estas fiestas y, con ellas, parar la escalada de contagios.
Sin embargo, tras las citas, la única decisión universal y vinculante que ha salido de tanta deliberación es la reimplantación de la obligatoriedad de la mascarilla en los espacios exteriores junto con un modesto compromiso de ayudas del Gobierno Central a los periféricos, para que dispongan de más medios, y la aceleración del proceso de vacunación. Por supuesto que las Autonomías tienen importantes competencias para imponer en sus respectivos territorios muchas otras limitaciones a la vida social, pero lo cierto es que muy pocas se han decantado por reducir los horarios del ocio o regular la actividad laboral y de los transportes.
Lo increíble de todo este vodevil es que, quienes han renunciado a mojarse e imponer lo que hace pocos días consideraban absolutamente necesario para preservar la salud de sus ciudadanos, digan ahora que solo lo implantarían si las Comunidades Autónomas circundantes hicieran lo mismo. De hecho, se han iniciado contactos para llegar a un acuerdo de ese jaez para poner freno a la Nochevieja. ¡O sea, que es de dinero de lo que estábamos hablando!
Y digo esto porque lo que con esta actitud han puesto de manifiesto nuestros prohombres es que lo que les preocupa es que sus ciudadanos se vayan a gastar los dineros en donde mejor se los acoja y menos les den la murga con la dichosa pandemia. Se proponen, pues, alcanzar un "tratado de no agresión" por el que, seamos realistas, solo aspiran a repartir desdichas y que nadie resulte vencedor del envite que ellos mismos pusieron sobre la mesa, negándose ahora a ver las cartas.
Lo de la mascarilla... ya tal. Es una medida que tiene la ventaja de que no les exige ni presupuestos extraordinarios (las pagamos los usuarios católicamente) ni rectificar el proceso de desmantelamiento de la salud pública que hace tiempo emprendieron ni exponer su gestión a la crítica y el rechazo de los colectivos y sectores económicos que pudieran verse perjudicados por otra clase de restricciones. Así que estamos en lo de siempre, esperar que la solución a esta emergencia sanitaria venga, exclusivamente, del sacrificio y el esfuerzo de los ciudadanos. Ello a pesar de que son abrumadoras las evidencias científicas de que la mascarilla en exteriores es prácticamente inútil, cuando no manifiestamente peligrosa, por la falsa sensación de seguridad que puede generar. Ahí está para probar lo que digo la curva de infectados, cuyo curso a lo largo del tiempo no presenta ninguna sintonía apreciable con los lapsos marcados por el uso obligatorio de esta prenda profiláctica.
Termino matizando que también es manifiesto un evidente desfase de ondas entre la evolución de los positivos y las otras medidas adoptadas, que llegan siempre tarde, usualmente muy cerca del máximo de cada ola, cuando sus efectos suelen ser mínimos y máximos los recursos necesarios para ponerlas en práctica. Adelanto aquí que, para mediados de enero, los casos estarán en franco retroceso, si no desplomándose. Al tiempo.

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